23.5.10

40 hojas. Comienzo de Abasto, de a ratos: un ancho. Anchos de Abasto y perfiles de sazón. Camino a hoy con la cabeza en una caja negra que refleja el rebote de un recuerdo. Una fotografía en sepia y un duelo que debe doler.
Suposiciones de oraciones en posiciones de sesiones entre espiritistas y cotidianas, entre fascistas y lennonianas. El frío nos hace pensar: ¿y cómo seremos cuando seamos viejos? ¿yo? ¿y vos? ¿cómo será nuestra alma cuando sólo nos calcen en el cuore una trama escocesa y un confuso punto de crochet?
Repercusiones nulas. No sabe y no contesto. 40 hojas que caen y yo junto a ellas. 40 hojas que caen y yo junto a ellas. 40 hojas que caen y yo junto a ellas. 40 hojas. Yo. Ellas. ¿De qué color será tu pullover este infierno?

Querido cuadernito.
Hora temprana, pero al fin, es la hora de dormir acá donde me tocó crecer. Silencio de inspiración, una soledad donde la voz es pura y el alma es cero, donde el silencio es la canción. Suena, respira un árbol. En el recuerdo inmediato alguien me dice 'jilguero'. Yo canto de alegría, se me pone el pecho amarillo. Bien te veo, bien.

Jilguero. Benteveo. Bicho feo.
En el trunco tempo de esta chacarera te veo tachicatapum tachicatapum por mis alrededores, revoloteando cual campanita - tin tan tin tan. ¡Qué ganas de que suenes a negra en mi alma! ¡Qué ganas qué! Pedazos de luna y de exclamaciones te esconden de mi en plena noche, en plena calle y no te veo más que en abrazos y besos ajenos de sábado a la noche. Romances de calle que no supimos ser y yo, una gravedad. Una gravedad que me mantiene al piso como gusano, arrastrando cada parte de un alma deshecha. En cada esquina doy la vuelta para ver si encuentro tu luz. Una luz que me pegue los restos para volver a ser entero. Mi alma es un plato roto.

¡Qué plato!
¿Veré en la noche tu sonrisa y así entonces poder trocar el temblor de mi pecho por caricias? En el pulso de la medianoche piso entera el agua y sueño con secarme todo el óxido que la arena de un error de verano me dejó. Hundido en arenas inquietas pero inmóviles, en silicio de fracaso. Bien cercano al piso yo repteo, un lagarto de tribuna de madera que llora las derrotas sobre la hora. Mi pecho quiere le saquen el pus, ¿dónde atienden los exprimidores en esta ciudad que nunca duerme, que nunca muere?

Pus.
Ningún mensaje llega al destinatario. Hoy es un día largo y no llego a llegar. Quiero en el fondo poder empezar a escribir con mi lápiz aquel primer trazo que va a dibujar tu sonrisa en mi querer.

Jaime.
Presa de la falta de nuevos horizontes a tu lado. Tengo una fila de platos sucios esperando ser enjuagados pero sólo quiero lavar tu piel. Le dicen sombra a aquel que patea fuerte y duro a la boca de mi estómago. Clava al ángulo el dolor y sin aire sigo. Se cagan a patadas en mi interior pero nadie sangra porque quedé congelado y sin suertes.
En el fondo el deseo de ser niñó es por la sorpresa de aquella buena vez, de aquella buena voz. Dejame creerlo.

Promoción.
Millones de caras y en cada cara una carta que será canción. Muchos colores que nadie te robó a pesar de los pesares y todavía quedan restos de humedad. Una cama deshecha y un desorden de ropa que es una suerte. Muchos ojos y algunos lugares que van de tu mano derecho y directo a mis memorias.
Se escapan las caras familiares y toda mi confusión tiene sed, una sed tan significante que mi cabeza hizo que hoy llorara el cielo para saciarme. Pero no es agua y sal lo que pide este pájaro enjaulado, salvo que sea agua y sal que te salve cayendo por tu rostro hasta mi mano. Y hay un reloj y ya ningún sol en este cuarto cuarto. Yo soy menos que medio yo, yo soy menos que un cuarto y me toca morir quizás esta noche entre insomnios y ninguna certeza.

9 de julio.
Canción de cuna. Desfilan las canciones de cuna que te hamacaron en alguna brisa otoñal. Mi pecho parece de papel de diario mojado. Mi pecho va dejando restos en el asfalto cagado por caballos que pasaron a media tarde. Mi desespero es rotundo y mi saliva sólo quiere tomar mate toda la noche pero su deseo no es lo suficientemente valiente como para lograrlo. Desde el parlante suenan las canciones que fueron de mi cuna pero que nadie cantó. ¿Y mi musicalidad? Su origen quizás está en esas notas que resuenan con algún tipo de piel de gallina en mi dermis.

Saliva arrugona.

21.5.10

Paradigma: La llave, la clave, el consuelo... ¿están? Te pregunto y tiemblo pues temo. Y temo pues tiemblo. Tengo miedo de que el miedo sea el motor. Porque todos los días, con diligencia y con esmero, con el pelo lavado y los lentes limpios, me siento a escuchar. No miento, en serio, me siento y siento. Siento que se expande un vagón de carga en mi mente, en mi neurona ideológica del razonamiento y del espanto. Porque a mí me aseguran y me desaseguran, me aconsejan y me ponen en duda, me advierten y me estimulan, me rezongan y me acarician. Entonces lo único que no me queda claro es el futuro. Del hoy sé casi todo: sé del banco incómodo, de la oscuridad placentera en un micro amarillo, del mate sin gusto, de una pelea en el baño y de las risas que no sé que haría de otra forma. Del pasado me duele creer que no pasó.
Me pregunto cuáles son los cristales para ver y qué imagen otorga. Qué quieren decir cuando dicen. Qué es aquello de lo que hablamos como si supiéramos algo, como si con esta metodología infalible y esta inmensa expansión del ego hubiésemos diseñado, construido, descubierto, una irrefutable y triste verdad. Una imposición para las mentes pensantes. Una definición.
Una manera de ver el mundo.
Ese temblorcito. Casi mañanero y una pizca de luz de alba. Un poco de nostalgia amarreta y tanguera resuena como un tamborcito o como los diminutos pies de un muñeco a cuerda. Ese temblorcito que hace el mismo ruido que hace una hornalla prendidita. Me confundí de muchas cosas y colores... podríamos hablar de daltonismo sentimental, podríamos hablar de colores sólo y dejar de hablar de cosas porque, ¡cosas no son!
Este temblorcito. Temblorcito rotundo: casi casi que es igual a ese vertigo pequeño antes de lanzarse al vacío. Mezcla de calor interno pero profundísimos miedos de altamar y tormentas. Revoluciones en el pecho y después de todo: crecer.

Pena.

20.5.10

En el bordecito del camino. Aquel por donde no está marcada la huella, pero todavía es camino porque sirve para andar. No es al costado del camino, como aquel otro soñador, sino es más bien todavía en movimiento. Porque la única forma de lograr el equilibrio es estando en movimiento y porque estaba ocupado -entre terribles edificios- tarareando sobre las largas calles de la libertad y sus suntuosas curvas que me hacen acordar a las tuyas. Todo lo que tengo es un corazón y si tuviera auriculares estaría escuchando a alguien que no quiere patear más con la de palo.
No queremos más lo que hubo sino algo nuevo. Lo viejo está muriendo y agonizando y es necesaria la revolución. Cerrar los ojos es perder, detenerse es morir. Igualmente el amar es profundo. Me crucé a un angel al bordecito del camino y me lo preguntó claramente, "¿éstas son horas de andar recuperando amores?".

Yo creí que era muy temprano pero en realidad, era muy tarde.

Horas.

16.5.10

Cambió el color de tu pantalón. Va cambiando y yo inédito y atónito sigo mirando esas baldozas del piso donde una ves quedó dibujada tu sonrisa y hoy está ahí en el aire sin esfumarse. La sonrisa dibujada de aquella musa. La sonrisa dibujada de aquella canción de cuna que alguna vez te supo cantar un caballito de batalla en pleno Caballito. Te imagino, veo ausencias y escucho ratas en el fondo de algún cajón. No sé si es mi cuestión laboral o tu cuestión sentimental, ¿o es acaso todo esto un horrendo invento de mi pecho para darme razones para cantar cuando camino entre las hojas?
¡Maldito otoño! Escucho mi paso por las hojas y es como agregarle una sombra a mi sombra, con dos sombras es más difícil caminar.

Doble peso.
Las manos sienten el frío. Son éstas manos mismas que perdieron sus acordes cotidianos y hoy lloran hasta en las cutículas. Las manos lloran frío. Tiemblan y ya no es de velocidad rotunda e innecesaria. Toda aquella velocidad, sumado a todo aquel deber de cumplir con esas cosas que eran las que realmente no importaban, se extinguió como el fuego que incendió esas hojas en mi patio.
Las manos olvidaron de fueguitos y fogones. Vieron como se hizo una masa a la parrilla los ojos de mis manos. Vieron como el fuego cocinó hasta que dejó de ser crudo todo lo que iba a ser relamido. El fuego quemaba las hojas en el patio. Sólo había que juntar ramas y el resto era tarea de las estrellas y de las formas que armaban en el cielo.
Mis dedos y tus dedos. Un extraño baile desnudo con toda la ropa puesta. Una caricia indice. Una manera de colocar las manos... el maestro tenía razón. Tus manos son mis acordes cotidianos.

Re bemol.

14.5.10

Mover el piecito. Mover el puto piecito con el fin de poder olvidar. Llegar a una isla. Que el piecito con su ritmo marque un surco en la arena que sin dudas sea lo que haga triunfar el día de hoy. No veo si es de noche, si es de día. Hay una persiana cerrada delante de mis ojos. Cataratas no me dejan ver y no estoy más que en plena vejez diurna pensando si habrá mañana. ¿Habrá mañana? Abra, mañana. Miro el agua. Busco en pleno mareo ese reflejo que me haga ver, que me haga verme. Si me han robado la puta sombra y el puto piecito ya no se mueve. No hace mover la arena, no hay surco porque no hubo sombra previa en el centímetro previo que la oscurece para ablandarla.
Si hubiera isla en esta arena, si hubiera arena en esta isla. Si hubiera pies al final de mis piernas. Si pudiera romper las cataratas y no pagar ese pasaje a ningún lado. Fin de semana largo, fin de semana y largo. Nunca termina la semana. Una semana de meses de final.

Postmortem.

5.5.10

Me confundí en el vos de vos y tiré de la cuerdita equivocada. Me cayó una bolsa de arena. Y entre observaciones que no sé bien y epistemes del quizás, de la doctrina del jamás, vi flores y acampé en campos suaves de terciopelo.
Me gusta cuando la coherencia es cambiar las cosas. Cuando efecto antecede a causa, y la huella del beso es un anuncio de él. Porque si así fuera, yo te juro, sufriríamos menos.
Ahora veo la lágrima en la comisura de un labio. Creo que es anuncio de que voy a decir algo que corte en mil pedazos algún que otro yo. Y después morir, porque las cosas tienen sentido sólo si el final es inevitable.

Hermes en otoño.
Cartas con ningún destinatario y remitentes confusos. Los amigos ya dicen que le ven a uno la casa al hombro, la vida caracol que le permite andar y suelto por ahí. El miedo a un pasado que ya no es presente, porque sabemos que el pasado aplasta como un perro grande se come a una gatita diminuta y negra.
Te siento respirar en su panza, veo la veterinaria cuestión de amor y me lamento no ser más el animal que daba alegría de a rabos. Te oigo decirme que ya no te llamás como te conozco. Te oigo decirme que ya no sos quien eras. ¿Es que acaso alguna vez somos lo que éramos? ¿Alguna vez somos lo que somos? ¿O a cada momento dejamos de ser un poquito más?
Y en cada instante va desfalleciendo el pecho... se va quedando atrás mi estar. Me voy volviendo lágrima en la noche que no llega a ver nada más que la oscuridad.

Bautismo.