13.11.11

Llegó una hora rara. Una hora donde parece amanecer y los zorzales ya comenzaron a darle voz y color al silencio del barrio de arrabal. En la calle empedrada amanecen en mil idiomas las maldiciones que se hicieron flor, en un barrio donde parecen haber perdido las guirnaldas en algún carnaval del año 30. Llegó una hora rara, porque la ceniza demora tu vuelo como también es hora de buscar el viejo traje y la camisa blanca sin planchar para sacarle el polvo de todo éste tiempo que estuve abandonado.
¿Dónde dejé mi lapicera, mi pobre estampa de poeta y mis neuronas necesitando éste rato de sábana encima y mirada a cielo raso que es extremo arte para mí? ¿Dónde había dejado todas las estrellas que iluminaban mi cielo para dar sonrisas a mis amaneceres? ¿Por qué perdiendo el tiempo entre los ruidos de algún colectivo fuera de estado y en los pasillos de alguna oficina estatal? Mejor volar, siempre.
Suena un despertador, quizás siempre sea hora de estar despierto y hasta quizás siempre lo estemos. La ilusión de los sueños, una vereda pegoteada de champán en la tarde confusa de un pebete, ¡cuánto tango! La milonga y el candombe en la sangre revolotean en la mesa mi mano que rebota para no pensar. Con la zurda, sostengo el vaso que da lujo vertido en mi boca a la famosa gambeta de no pensar. Nunca pensar, ¡pensar jamás! Porque si pienso quedo arrodillado dejando que los romanos hagan cola para pegarme, y quizás estoy dispuesto una vez más a la fuga, o a no arrodillarme y que me den el pecho que me den. Entre el patio y el tabaco, descubrí que el sol puede salir de noche de la mano de la palabra precisa y el guiño perfecto. Entre las luces de la pista descubrí que mi tristeza puede seguir creciendo pero que si hace falta ser fuerte y valeroso para un nuevo mundo, entonces habrá que poner el pecho y regarse el alma entre el viento y la cumbia.
Canción de redención. De redención hablamos todo el tiempo. Porque no queremos reciclarnos, ni redimirnos, ni rendirnos ante tal cuestión. Queremos la redención. Lamento tu blanca espaldita que ya huele a una extraña traición, a que cayó en una trampa que jamás notó Dios ni tu madre. En los ojos de la muchachada se lamentan las sensaciones que fue dejando tu huella en el salón. En mi alma crece una higuera que tendrá pájaros de todos los colores en primavera.
Será estampa de poeta y el recibimiento de una ciudad en una síntesis que demoró vida y obra de algún músico amateur. Se derramó el champán, se rompió una copa, pero todos sonreímos. Porque somos de otro bando, de otro barrio, de uno muy feliz, de uno donde el sol sale de noche. Hay otros que no tienen ésa suerte y van por la sombra. ¡Sol, quemame que quiero luz!

Tango Tábano.