29.2.08

Y hoy nunca más orgulloso de ser portador de un apellido diferente y que tiene una rima asquerosa. Pero orgullosísimo que esta pasión haga volar y perturbe cada uno de los miles de sentidos que tiene el humano, que tiene la vida, que tiene el camino.

Escomounblablacorto.

27.2.08

Y lo que pasa es que hay momentos, que son festejos para un pueblo amplio y dispuesto, que te requieren acá. Es como que tenemos que estar todos para que pueda ser cierto.
Con el tiempo te vas a dar cuenta que no hay vuelta atrás. Hace un siglo que una promesa tiene vida, que se cumple, que se renueva. Entonces, si jugás una vez y probás el sabor dulce de tanta canción, estás firmano un pacto. Pasa el tiempo y empezás a formar parte, a entender, a latir al ritmo. Pasa el tiempo y te empieza a identificar que te sacudan el esqueleto con una tercia bien metida. Pasa el tiempo y empezás a reconocer qué tanto terciopelo usó un dios medio raro para regalarle esa voz a ese tipo.
Lo mejor de ser espectador es poder formar parte. Pero no solo del aplauso y la canción, sino que te des cuenta que cierto porcentaje de tu adn está invadido.
Así que no me extraña si me hacés acordar a una esquina. A una nostalgia. A un sufrimiento de ciudad. A un calambre de espera. A una esperanza de cambiarlo todo y de todo llenar el arte. No me extraña que seas pueblo y seas único. No me extraña la sátira y la vueltita en la calle imitando a tremendo personaje y arlequín.
Todo se reduce a estarnos esperando para siempre. A que vuelva a llenar mi hueco en la rampa, a que vuelvas a aparecer desde la entrada en un lugar que odiamos pero qué lindo que es en esos momentos. Se trata siempre de recibimientos y de despedidas que no son más que la promesa de volver.
Hasta el año dos, hasta el año tres, hasta el año diez, hasta el año cienmil.



Ahorasíestoyhablandodevos.

26.2.08

La lluvia con Sol empeora todo. Este caldo. Como el señor Santomé, enterrado hasta las bolas y más allá en un Montevideo de todos los días, encadenado como se siente en el medio de todas las ideas. El señor Santomé, que nunca llegará ni al blanco ni al negro. Siempre siendo gris, equidistante de todo.
La lluvia y el Sol son la imagen viva de la indecisión, del norte y el sur en una circunferencia donde nos ubican al centro. Centro. Circunferencia es una línea curva cerrada cuyos puntos equidistan todos del centro.
Entonces... ¿entonces desde acá es lo mismo llegar al punto del futuro que del amor, al de la felicidad y al de la tristeza, al de la alegría y al de esta noche?
Tapando los ojos, no quiero leer más. Ni interpretar. Ni adivinar. Ni imaginar. Las pérdidas traen paz después de haber estado hirviendo un buen rato en el agua del arroz, y nadie puso arroz.
Tocan campanas algunos niños sobre el cemento, quieren que les des la mano si hace falta, y quizás te muerdan hasta el codo. Entonces vas a salir corriendo, o no, quien sabe, a tu centro y a empezar de nuevo.
Al señor Santomé le dijeron que hacía el amor con cara de empleado. Ahora miro por la ventana y alguien está siendo empleado para el amor. Qué belleza. Qué locura. Qué dolor.


Dejameentusonrisa.

25.2.08

Si entre voces que forman acordes y pañuelitos que agita el tiempo en el alma al darme vuelta y ver el hueco en donde estabas pensé que te habías fugado como un milagro de carnaval. Que no te habías levantado ni para ir al baño, ni para comprar un churro o unas pastas. Que simplemente habías respirado hasta volar y ser parte del cielo estrellado de febrero y desde lo azul de la inmensidad y lo blanco de la luna hacías erizar a miles de simpatizantes de una locura de murga, de una locura de mes solar. ¿Serías un angel? Me había empezado a preguntar ya más de tres veces a mí mismo, y más de cuatro en voz alta ante la mirada atónita de mis acompañantes. Todavía estoy sentado en la rampa esperando que vuelvas una vez más, el alma una vez más.

Del otro lado del planeta los más oscuros hombres-murciélago afinan ciegos de dolor y amor las más sutiles voces que cortan el mundo en dos en la costa de un río divino, verde y marrón.

Carnaval.

20.2.08

Me pregunto ¿qué tipo de caparazón tengo puesto? Porque lo rápido que uno camina siempre se nota con el animal que más lo identifican los demás. Y cuando uno tiene el caparazón más rugoso y menos limpio suele castigarse hasta que el látigo le duele en las piernas y tiene que caminar más cortito y más lento. Y cuando uno no sabe cuál es el caparazón que tiene y puede llegar a chistar y a ladrar sin pensar, quizás en el fondo falta limar un poco y sigue saliendo un poco de aserrín de adentro. Aserrín que inunda la vereda y la porción de pizza que está en el plato. Mejor quizá sea que la tortuga siga con su caparazón y el paranoico con su choripán nadando en mediocridad de corso, en falso carnaval. Mejor quizá sea que la indigestión lleve a que el aserrín inunde el gran inodoro que es el Río de la Plata y a que el vómito que el choripán y el perder la complicidad te hizo hacer haga que se hundan más barcos en el mar y menos viajes en el planeta. Más rulos, más culos, más tetas. Más birras, más minas, más jetas. Menos vidas, menos sorpresas de este tipo que te dejan parado en ningún lugar, sin pared ni punto de referencia, como en el medio de una cueva en Mendoza, como en el medio de Tunupa con flamencos, como en el medio de un lago agotado de nadar, como en el medio de Cabildo con autos pasando de un lado y de otro y el 60 chillando y ladrando teviadejarlacarachata. Menos más, más o menos. Más.

Intentononoaunquetrate.

15.2.08

Se carcome sus manos. Contra la pared, ya está sucio.
Su pelo es un laberinto de ideas, las manos le cuelgan inertes y manchadas, embarradas. La habitación tiene olor a podrido.
La ropa gris, lo blanco lleno de manchas grises, y sus manos corroídas por todo, todo.
Por la ventana se ve un armazón de hierro que es el mundo.
En su habitación, ya se infiltró.
Venía invicto de mundo y le hicieron gol en la hora.



Valentes, equi.

12.2.08

Sed. Falta agua.
Necesito desviar un río. Y tengo una sola piedra.


YHeracles?

10.2.08

Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de dios; ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista, ni el ardiente candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si ésta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable.

Yo mismo persigo el consuelo como el cazador su presa. Por dondequiera que en el bosque lo vislumbre, disparo. A menudo no alcanzo más que el vacío; pero alguna que otra vez cae a mis pies una presa. Y como sé que el consuelo no dura más que el soplo del viento en la copa del árbol, me apresuro a apoderarme de mi presa. ¿Y qué tengo, entonces, entre mis brazos?
Puesto que estoy solo: una mujer amada o un desdichado compañero de viaje. Puesto que soy poeta: un arco de palabras que no puedo tensar sin un sentimiento de dicha y de horror. Puesto que soy prisionero: una súbita mirada hacia la libertad. Puesto que estoy amenazado por la muerte: un animal vivo aún caliente, un corazón que palpita sarcásticamente. Puesto que estoy amenazado por el mar: un arrecife de duro granito.

Pero también hay consuelos que me llegan como huéspedes sin haberlos invitado y que llenan mi aposento de odiosos cuchicheos: Soy tu deseo -¡ama a todo el mundo! Soy tu talento -¡abusa de él
como abusas de ti mismo! Soy tu sensualidad -¡solamente viven los sibaritas! Soy tu soledad - ¡menosprecia a los seres humanos! Soy tu deseo de muerte -¡corta!

El equilibrio es un listón estrecho. Veo mi vida amenazada por dos poderes: por un lado, por las ávidas bocas del exceso; y por otro, por la avara amargura que se nutre de si misma. Pero rehúso elegir entre la orgía y la ascesis, aunque sea al precio de una confusión mental. Para mi no basta con saber que, puesto que no somos libres en nuestros actos, todo es excusable. Lo que busco no es una excusa a mi vida sino todo lo contrario a una excusa: la reconciliación. Al fin me doy cuenta que cualquier consuelo que no cuente con mi libertad es engañoso, al no ser más que la imagen reflejada de mi desespero. En efecto, cuando mi desespero me dice: Desespera, puesto que cada día no es sino una tregua entre dos noches, el falso consuelo me grita: Espera, pues cada noche no es más que una tregua entre dos días. Pero de nada le vale al ser humano un consuelo brillante; necesita un consuelo que ilumine. Y todo aquel que quiera convertirse en una persona malvada, es decir, una persona que actúa como si todas las acciones fueran defendibles, debería, al lograrlo, tener al menos la bondad de advertirlo.

Son innumerables los casos en los que el consuelo es una necesidad. Nadie sabe cuando caerá el crepúsculo y la vida no es un problema que pueda ser resuelto dividiendo la luz por la oscuridad y los días por las noches; es un viaje imprevisible entre lugares inexistentes. Puedo, por ejemplo, andar por la orilla y sentir de repente el horrible desafío que la eternidad lanza sobre mi existencia y el perpetuo movimiento del mar y la huída constante del viento. ¡En qué se convierte entonces el tiempo sino en un consuelo por el hecho de que nada de lo humano es duradero y qué consuelo tan miserable que sólo enriquece a los suizos!

Puedo estar sentado ante la lumbre en la habitación menos expuesta al peligro y sentir de pronto que la muerte me rodea. Está en el fuego, en todos los objetos puntiagudos que me rodean, en la solidez del techo y en el grueso de las paredes, está en el agua y en la nieve, en el calor y en mi sangre. ¡En qué se convierte entonces el sentimiento humano de seguridad sino en un consuelo por el hecho de que la muerte es lo más cercano a la vida y qué consuelo más miserable que no hace más que recordarnos aquello que quiere hacernos olvidar!

Puedo llenar todas las hojas en blanco con la más hermosa combinación de palabras que mi cerebro pueda imaginar. Puesto que deseo confirmar que mi vida no es absurda y que no estoy solo en la tierra, junto todas estas palabras en un libro y se lo ofrezco al mundo. A cambio, éste me da dinero, gloria y silencio. Pero qué me importa a mi el dinero y qué me importa contribuir al progreso de la literatura; sólo me importa aquello que nunca consigo: la confirmación de que mis palabras conmueven el corazón del mundo. ¡En qué se convierte entonces mi talento sino en un consuelo a mi soledad y qué consuelo más terrible que sólo consigue que sienta mi soledad cinco veces más fuerte!

Puedo ver la libertad encarnada en un animal que atraviesa veloz un claro del bosque y oír una voz que murmura: ¡vive con sencillez, toma lo que desees y no temas las leyes! ¡Pero qué es este buen consejo sino un consuelo por el hecho de que la libertad no existe y qué implacable consuelo para quien entiende que el ser humano tarda millones de años en convertirse en lagarto!

Puedo, finalmente, descubrir que esta tierra es una fosa común en la que el rey Salomón, Ofelia y Himler reposan uno junto al otro. De lo cual concluyo que el verdugo y la infeliz gozan de la misma suerte que el sabio y que la muerte puede parecer un consuelo a una vida errónea. ¡Pero qué consuelo más atroz para quien querría ver la vida como un consuelo por la muerte!

No tengo filosofía alguna por la que moverme como pájaro en el aire o como pez en el agua. Todo lo que tengo es un duelo que se libra cada minuto de mi vida entre los falsos consuelos que sólo aumentan mi impotencia y hacen más profundo mi desespero, y los consuelos verdaderos que me llevan a la liberación momentánea, o mejor dicho: el consuelo verdadero, puesto que sólo existe para mí un consuelo verdadero, aquel que me dice que soy un hombre libre, un individuo inviolable, un ser soberano dentro de mis límites.

Pero la libertad empieza por la esclavitud y la soberanía, por la dependencia. La señal más cierta de mi servidumbre es mi temor de vivir. La señal definitiva de mi libertad es el hecho de que mi temor cede el sitio a la alegría de la independencia. Puede parecer que necesito la dependencia para poder conocer, al fin, el consuelo de ser un hombre libre, y seguramente es cierto. A la luz de mis actos me doy cuenta que el objetivo de toda mi vida ha sido labrar mi propia desdicha. Lo que podría traerme libertad me trae esclavitud y cargas en vez de pan.

Otra gente tiene otros señores. A mí, por ejemplo, me esclaviza mi talento hasta el punto de no atreverme a utilizarlo por miedo a perderlo. Además, soy de tal modo esclavo de mi nombre que apenas me atrevo a escribir por miedo a dañarlo. Y cuando al fin llega la depresión soy también un esclavo. Mi mayor aspiración es retenerla, mi mayor placer es sentir que todo lo que yo valía residía en lo que creo haber perdido: la capacidad de crear belleza a partir de mi desesperación, de mi hastío y de mis debilidades. Con amarga dicha deseo ver mis casas caer en ruina y verme a mí mismo sepultado en las nieves del olvido. Pero la depresión es una muñeca rusa y en la séptima muñeca hay un cuchillo, una hoja de afeitar, un veneno, unas aguas profundas y un salto al vacío. Acabo por convertirme en esclavo de todos estos instrumentos de muerte. Como perros me persiguen, o yo a ellos como si fuese yo mismo un perro. Y creo comprender que el suicidio es la única prueba de la libertad humana.

Pero, viniendo de un lugar insospechado, se acerca el milagro de la liberación. Puede acaecer en la orilla y la misma eternidad que, hace un momento suscitaba en mi temor, es ahora el testigo de mi nacimiento a la libertad. ¿En qué consiste este milagro? Simplemente en el súbito descubrimiento que nadie, ni ningún poder ni ningún ser humano tiene derecho a exigirme que mi deseo de vivir se marchite. Ya que si este deseo no existe, ¿qué es lo que puede existir?

Puesto que estoy en la orilla del mar puedo aprender del mar. Nadie puede exigirle al mar que sostenga todos los navíos, o al viento que hinche constantemente todas las velas. De igual modo nadie puede exigirme que mi vida consista en ser prisionero de ciertas funciones. ¡No el deber ante todo, sino la vida ante todo! Igual que los demás hombres debo tener derecho a unos instantes durante los cuales pueda dar un paso al lado y sentir que no soy únicamente parte de esta masa a la que llaman población, sino una unidad autónoma.

Solamente en este instante puedo ser libre ante los hechos de la vida que antes causaron mi desesperación. Puedo confesar que el mar y el viento me sobrevivirán y que la eternidad no se preocupa de mi. ¿Pero quién me pide preocuparme de la eternidad? Mi vida es corta sólo si la emplazo en el cepo del tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas sólo si cuento el número de palabras o de libros que tendré tiempo de escribir antes de morir. ¿Pero quién me pide contar? El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las obras avanzadas de mi vida.

Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no solamente se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo.

Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo tiempo, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos en una prueba. Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo. Es absurdo pretender que el mar está hecho para sostener armadas y delfines. Ciertamente lo hace, pero conservando su libertad. Del mismo modo es absurdo pretender que el ser humano esté hecho para otra cosa que para vivir. Ciertamente aprovisiona máquinas y escribe libros, y también podría hacer otras cosas. Lo importante es que, haga lo que haga, lo hace conservando su libertad y con la plena conciencia de ser, como cualquier otro detalle de la creación, un fin en sí. Reposa en sí mismo como una piedra en la arena.

Puedo incluso librarme del poder de la muerte. No es que pueda librarme de la idea que la muerte corre detrás de mis talones, y menos aún puedo negar su existencia; pero puedo reducir a la nada su amenaza dejando de apoyar mi vida en soportes tan precarios como el tiempo y la gloria.

Por el contrario no está en mi poder permanecer siempre vuelto hacia el mar y comparar su libertad con la mía. Llegará el momento en que tendré que volverme hacia la tierra y encararme a los organizadores de mi opresión. Entonces me veré obligado a reconocer que el ser humano ha dado a su vida unas formas que, al menos en apariencia, son más fuertes que él. Incluso con mi libertad recientemente alcanzada no puedo destruirlas, sino solamente suspirar bajo su peso. Por el contrario, entre las exigencias que pesan sobre el hombre puedo distinguir las que son absurdas y las que son ineludibles. Para mí, un tipo de libertad se ha perdido para siempre o por un largo tiempo: la libertad que procede de la capacidad de dominar su propio elemento. El pez domina el suyo, el pájaro el suyo, el animal terrestre el suyo. Thoreau dominaba todavía el bosque de Walden. ¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas congeladas de la sociedad?

Debo responder: en ninguna parte. Si quiero vivir libre debo hacerlo, por ahora, dentro de estas formas. El mundo es más fuerte que yo. A su poder no tengo otra cosa que oponer sino a mí mismo, lo cual, por otro lado, lo es todo. Pues mientras no me deje vencer yo mismo soy también un poder. Y mi poder es terrible mientras pueda oponer el poder de mis palabras a las del mundo, puesto que el que construye cárceles se expresa peor que el que construye la libertad.

Pero mi poder será ilimitado el día que sólo tenga mi silencio para defender mi inviolabilidad, ya que no hay hacha alguna que pueda con el silencio viviente. Este es mi único consuelo. Sé que las recaídas en el desconsuelo serán numerosas y profundas, pero la memoria del milagro de la liberación me lleva como un ala hacia la meta vertiginosa: un consuelo que sea algo más y mejor que un consuelo y algo más grande que una filosofía, es decir, una razón de vivir.

Stig Dagerman - Nuestra necesidad de consuelo es insaciable
Mayo 1952

Y aunque trates de desacreditarme sin todavía haberlo leído. La aguja, la voy a inyectar. Poética radical. Parado con la furía que tenían en el '66 y loco como E-Double. Pero todavía con las rodillas inmersas en la mierda del sistema. Te voy a dar una dosis, pero nunca podrá cicatrizar la rabia dentro mío. El puño en el aire en la tierra de la hipocresía. Movimientos que vienen, movimientos que van. Líderes que hablan, movimientos que cesan cuando sus cabezas son voladas. Porque todos estos tipos tienen balas en sus cabezas: comisarías, jueces, federales. Los noticieros trabajando, manteniendo la gente calma. Con poesía, mi mente se flexiona. Lo que tengo que hacer, lo que tengo que hacer es despertarte. Tengo que sacudirte para romper la estructura porque la sangre todavía corre en la cuneta (en los barrios bajos). Estoy como tomando fotos. Con una patada abro el obturador, preparo la lente y entonces golpeo y me muevo como Cassius.

Despertate.

Esta vez la bala te congeló. Una cinta amarilla en vez de una esvástica, nada apropiado en tu propaganda. Te dijeron que era azul, cuando tu sangre era roja. Así es como tenés una bala en la cabeza. Explotada en tu cabeza. ¡Pego un grito para los muertos vivos!
Los celulares suenan con tonos de muerte. El frío de las corporaciones te hizo de hielo antes de que te dieras cuenta. Cargan el clip en omnicolor, te empacan la 9 y la disparan en el horario central. Gas para hacer dormir, cada casa era como Alcatraz. Y los hijos de puta perdieron la cabeza. Sólo son víctimas del encierro. Ellos dicen saltá y vos preguntás qué tan alto. No hay escape de la violación masiva de mentes. Lo pasaron una vez y rebobinaron la cinta. Y entonces lo pasaron otra vez y otra vez y otra vez hasta que tu mente está bloqueada, creyendo todas las mentiras que te dicen, comprando los productos que te venden. Ellos dicen saltá y vos preguntás que tan alto. Tenés el cerebro muerto, una puta bala en la cabeza.
Parado en la fila, creyendo las mentiras, inclinándote hacia la bandera, tenés una bala en la cabeza.
¿Hasta cuándo? No mucho más, porque lo que cosechás es lo que sembrás.

Bala en la cabeza.

La libertad debe ser fundamental. En Johannesburgo, en South Central y en el micrófono...

9.2.08

¿Qué más puede esperarse? Nada.
Es que uno va perdiendo las esperanzas de poder aspirar cierta información y reutilizar, reciclar un pensamiento ajeno y distinto para beneficio de la supervivencia de la especie. Porque la ambigüedad, la paradoja y el general son su bandera. Y ya no se puede confiar ni en los hermanos ni en las depresivas, porque esconden tanto como uno, la oscuridad infinita.
¿Que más puede esperarse? ¿Qué puede prentenderse? Nada. Así es más fuerte la sorpresa.

Faltabamás.
Es un sonido para bailar, para pisar fuerte y que suene el pie en el piso como marcador del ritmo del sonido más instintivo que hay. Sangre por las venas, sonidos por los aires. Tu vida no vale nada si no lo tienes. Llegó una nueva. Estamos muy cansados de andar siempre pegando carteles sin colores. Nace un blues de Nueva Chicago, un nuevo blues de Chicago. Que negros de mierda los negros desentendidos por los blancos de oro.

Blue.

5.2.08

Lo que pasa es que la introspección cuesta mil horas de entendimiento. Darse vuelta para adentro es mirar el mundo que maquina cerrado por la piel, ver como aurícula y ventrículo se contraen simultáneamente para seguir adelante otro día, otro minuto, otra hora.
Hay, en este escenario sin público, alguien parado en el medio. Es horrible, nunca vimos nada igual. Es una persona dada vuelta. Pero no el "dada vuelta" que usted imaginaría. Tiene los pies en el piso.
Dada vuelta, de afuera para adentro. La piel compone su interior y afuera todos los órganos se exhiben, sin excepción. No se mueve, porque no sabe a donde ir con tanta verdad. Está esperando a ver quien paga la entrada a verlo. Y simultáneamente sabe que nadie llegará, porque a nadie le avisó que ese día iba a estar ahí dado vuelta.
Pero aguanta paradito, llorando lágrimas que se le caen hacia el interior, admitiendo que solo con el lado correcto podrá mostrarse. Que de asco y repugnancia se alejarían los demás, que de sorpresa los amigos nos sabrían dónde meterse.
Así, todos los días encara la avenida con la piel limpia y los ojos abiertos, con el corazón guardado en el mediastino y las manos blancas. Todos los días parecen ser el último, y todos los días son el penúltimo.




Algoasípasa - 040208

3.2.08

De repente la imagen se congeló. Él, chiquito y regordete, grita enfurecido, su abuelo se para desquiciado a ordenarle que pare, una pizza vuela en un plato volador de melamina y le salpica a la abuela un poquito de salsa, se eriza más de una nuca, el niño ahora corre, se quiere ir, el abuelo más enojado se tira en picada volando, la abuela llora, no, no, no quiero que le hagas nada, la tía dice pero che, que bochorno.
Y un canastito con pescado pasa también volando, pero más silencioso que la pizza, y va y aterriza en tierra extraterrestre, en una lengua larga y mojada que se lo traga para contenerse de emitir opinión.
Todos aprietan los labios y miran al techo.




unomás - 19carnavales,medijomimamá:)