30.4.08

Asco nomás al mundo.
Empedrado al tacho.
Renglones no llegan a cubrir la angustia de sentirse pisado por un remis azul al ver la absurda burda competición de rayas en remeras, sandalias en las patas y rulos en las neuronas. El olor a onda verde nunca es bueno cuando al piso uno se cayó de nuca y frente a la vez.
¡La cabeza rebotando en el asfalto por ser poco tigre de bengala, por tener corazones de medias y por el pelo lacio natural!
Asco al mundo y altermundo. Incomprensión a la absurda sorpresa y a la rubia y fría felicidad de un porrón.
Moza, camarera, tráigame por favor algo que de la sed me arranque la cabeza para dejarme en un destino mejor a kilómetros de acá y de acá. Impotencia y un autismo incapaz de reir y de llorar. Equilibrio sin gas, no encontrarás. La mente está ocupada y las hormonas alteradas. Todo al bajo costo de un barato alfajor en un barato tren.

Ya probaste el mainstream, ahora probá el under.

24.4.08

Ésta mañana mientras desayunaba arroz con atún que nadaba en mar de mayonesa pensé las tremendas ganas que tenía de escribir un manifiesto, manifesto. Bueno, primero para empezar pensé que podía buscar en el diccionario si esa "i" que está en el medio va, o no va. Fue entonces cuando encontré sobre la mesa el libro viejo y lleno de tierra de mi hermano donde se habla de fantasmas que recorren el viejo continente. No había nada que no me hayan contado en ese libro lleno de tierra, de polvo y de siglo y siete, ocho, nueve pero todo antes que hoy.
Un manifiesto, como en los viejos tiempos. Como cuando uno podía determinar en varios puntos y especificar en cada una de esas acepciones la locura de sus sueños, de sus pesadillas y elegir un modelo de vida para armar como esos avioncitos de madera balsa que siempre pensé en hacer cuando era chico.
No quiero creer que me estoy quedando -como ser latente de mi generación- sin ideales ni amores y sólo con envases y fotos amarillentas de un pasado mejor que no viví. No quiero creer que me gustaría más vivir en dictadura irresistente antes que en mi realidad y mi presente. No quiero tener 66 en vez de 22. Un tercio de vida y un millar de esperanzas ardiendo como fuego en una playa donde se celebra una orgía pasional. No quiero creer que todos nosotros vamos sin rumbo y sin un claro manifiesto que nos indique el andar.
Quizás lo mejor para volar -como cuando chico- no es armar un avión de madera balsa, sino saber aterrizar y aprender a aterrizar sin ruedas. Aterrizaje de emergencia. Quizás lo mejor para seguir es no manifiestar más que unas ganas de vuelo eterno que baje y llene de fosfato las almas inundadas de pureza y mensajes que no se entienden que viajan por las ondas electromagnéticas, de esos que habitan el mundo actual.

Volar. Nada comparado a soñar con Brecht.
Como personaje en cuento de Poe. Inmersa, pero de verdad, en un horror que no se puede quebrar y emparchar con otra cosa. Sin entender, sin haber encontrado razones, hay una realidad suplantando a otra, mientras gritan desde todos lados que no le crea. Pero...

Avanzan desde las alturas con rapidez. Cuelgan de la nada y son más negras que la oscuridad. Las veo cayéndome encima, sé que hay alguien tirándolas y no sé quien es, pero lo odio, lo odio más que a cualquier cosa. Entonces, cuando caen sobre el acolchado, hace 7 segundos que grito. Pero él no para, porque es una realidad horrorosa sin posibilidad de quiebre. No la puedo suplantar.

Y desde los costados, desde las paredes, desde un metro de distancia hay personas hablando y gritando, creo que dicen que no es verdad, que la verdad está ahí con ellos. Pero no me convence, no pueden decirme que no las vieron caer, que no las ven ahora ahí, arrastrándose y aterrorizándome. No pueden estar ciegos de esa manera, y no entiendo porqué no las ven. Yo las veo. Yo estoy llorando ahora porque están ahí y no las puedo sacar.

Entonces la pregunta clave. La de las realidades. La de porqué no va a ser real esto, mi horror, mis cosas desde el techo, mis gritos. Porqué si quisiera sacarlas de la cama no habría nada que sacar. Si creo profundamente que sí, que sus cuerpos horriblemente largos caerían al piso haciendo ruidos feos. Y no, y porqué no. Si no las puedo sacar, se quedan. Si nunca cayeron, si no existen, entonces porqué no dormimos.

Quiero salir, todos quisiéramos salir. Pero no se puede creer en las voces que anuncian otras posibilidades aparte de lo que ven estos ojos. No se puede así solo por deseo. Solamente, si yo las vi, si ahí están, si con su imagen me estremecen el cuerpo y el alma, no hay remedio que sirva, no hay golpe en la cara ni vaso de agua ni cortina abierta que aparte la sensación.
Yo creería. Si pudiera creería y dejaría de ver. Pero, ya lo dije antes, yo vi a la anaconda tragándose una iguana enterita. Y después, todo se transformó. La iguana quedó muerta a un costado y la anaconda me llovió desde el techo, una noche, rato después de acostarme y siglos antes de entender qué pasa.



La mato y aparece una mayor.

23.4.08

Están cerrando la puerta, y como ya se sabe en el mundo del teatro, tan mala educación es decir suerte como entrar en medio de la función. Pero a este tipo se le ocurrió por una vez más romper con las absurdas estructuras de los espectáculos que dicen que están bien. Con alma de psicótico y ojos de vampiro se abalanzó sobre el acomodador que con los bigotitos de Alfred -no Hitchcock sino el mayordomo de Bruno- y lo desvistió con los dientes mientras gruñía como si fuera una bestia de otro planeta, de otra película.
Luego de minimizar al guardián del silencio, del cuidado de lo puro y virgen de lo artístico pateó la puerta cual oficial de la más patética película de acción y a los gritos empezó a rociar con kerosén las butacas de la sala. El líquido rojizo transparente se mezclaba con la gomina de los cabellos de los caballeros y se metía en las venas de los animales muertos que colgaban del cuello de las damas. Horror en las palabras con dos eles seguidas. Cabellos, caballeros, cuellos a una chispa de ser una fiesta infernal. El olor a estación de servicio, el olor a malabarista mugriento, se hacía sentir en las pieles de las decentes personas que como afamadas personalidades de la sociedad habían llegado a la sala en busca de un poco de vanguardia cultural envasada en un plástico. Rogaban ver al maestro, al danzarín, al actorón, a la hermosa cantante, a la voz que sacude los órganos, al pianista que sacude las voces. Orgasmatrón artístico, las damas entre pieles de zorro y zorras de piel humana se acaloraban y gemían como con el sexo más salvaje con cada exclamación del artista. La piel del artista con las luces brillaba como el papel moneda en el Banco Nacional.
El orgasmo ésta vez fue del más sádico. Porque aunque el que teja los hilos del planeta sea el que tenga el título del más sádico, quizás porque estudió años de terciario y universidad para ello, no entienden nada. Porque éste sádico kamikaze -escapado del sueño de un montevideano, tanto como de un porteño insómnico de amor- hoy lloró sus penas riendo lágrimas de kerosén y su bronca fue la chispa que encendió zorros, zorras, pieles y que marchitó el más mediocre de los artes. Marchitó la flor de la mainstream, quemó el escenario principal de punta a punta y la astilla más chica que quedó mide menos que una molécula de hipocresía y le quedan segundos hasta que termine de esfumarse y ser completamente ceniza. Cenizas que son la victoria de una honorable pasión que se quemó como una película vista antes del estreno, como un rumor antes de que sea verdad, como la noticia de que iban a matar a un presidente un día antes de que suceda en un diario australiano.

Teatro.

20.4.08

Tanto tiempo tardamos que, cuentan los ojos de los testigos oculares de aquella tarde, caducaron todos los períodos. Se deshicieron los enlaces, las moléculas se separaron unas de otras, con velocidades en sentido opuesto, alejándose años luz de todo. La materia se descompuso, vibrando y silbando en el viento el final de lo conocido.
Estábamos tan cansados...
Así estamos, tanto tiempo después y tanto tiempo antes del fin. Ambiguos y cansados. Finitos y estúpidos. Desilusionados, con grandes ojos buscando caras y respuestas, como si fueran lo mismo. Y lo son. Te creo que lo son. Creo en tantos rasgos.
Pero acaba de romperse todo. Aquella tarde y ésta. Fue el día del fin, el día en que no hubo nada más. Las fechas de vencimiento no son algo que nunca llega. Compruebe la fecha en el dorso del envase. Y cuando volteaste decía solamente un ahora. Se te cayó el alfajor de las manos y te caíste vos después, rodando interminablemente por el túnel del tiempo. Y cuando quisiste acordar eras uno más. Te levantaste y pisaste un montón de cuerpos que hicieron auch (y solo auch). Como figuritas repetidas estaban todos ahí, apilados en aquel depósito. Los hombres idénticos.
Acá, de este lado, se está vaciando el mundo. Tengo tanto miedo. Cada vez quedamos menos, cada vez más gente está encontrando su ahora al dorso del envase. Caen y desaparecen al instante. Los siento irse como si se me prendieran de la carne y al resbalar se llevaran un pedazo. Yo nunca termino de irme. Aparezco siempre en el mismo lugar, no tengo fecha todavía, no sé ser diferente y cada vez hay más aire en todos lados. Porque los cuerpos se esfuman.
Si lloro un rato o extraño a alguien que se fue, algo los acerca un segundo. Pero solamente es un recuerdo de su imagen, los que eran antes de caer en el depósito de la gente idéntica. Quisiera pasaporte por un rato, para ir a buscarlos. A veces me convenzo de que si les pidiera volverían otra vez. No acepto que quieran estar ahí, en vez de acá.
Pero las horas desmienten. Si no vuelven es que algo allá les llamó la atención y decidieron quedarse. Yo quisiera poder convencer a más de uno de que no vale la pena resbalar. De que repetir personas es aburrido y no abre la mente. De que depositado nadie florece.
Pero en mi discurso no hay espectadores, hace tiempo que perdí la batalla, si cuando miro adelante alguien trastabilla un poco, está a punto de dar vuelta el envoltorio y hallar su ahora, yo corro y le pediría que no, que se quede quieto, pero es demasiado tarde. Justo cuando llego a agarrarle una mano se esfuma mirándome, empieza a caer inalcanzable y, otra vez, estoy de este lado del vidrio, apoyando las mejillas para poder pasar y sin lograrlo, hundiendo las manos en la oscuridad e intentando no perderlo.
No sirve de nada. La gravedad se lo traga, no tengo tiempo ni de decirle que va a hacer mucho más frío del que ya hace. El contador retrocede uno y se ríe bajito.


de mí.

17.4.08

Mozo, otra copa. Destape y sírvame otro trago. No piense mucho, tengo todo el dinero del mundo para pagar el brebaje. Lo que cueste, que cueste. En esta borrachera de gargantas secas y sensación de vómito, no hay magnitudes, ni parámetros, ni tiempo. Soy un ente.
Entretanto, el cielo pasa. La calle pasa. Los autos vuelan, el siglo se dispara enfurecido contra todo. Latigazo y pico. Para lograr entender, tengo que practicar los mismos rituales cada día. Suena Discoid, nexo directo desde el sueño al mundo, y ahí estoy yo, ya pronto con los brazos en el mostrador. Mozo, sírvame el primer trago. Y con aliento a alcohol me trago la primera pastillita, con la garganta quejándose de asco. Pero qué le vamos a hacer, mozo, si tengo por obligación la vuelta paga.
Llegan las mañanas y el sol brilla en una ranura que distingo porque simplemente sé que está. Si está nublado igual hay sol. Sumé una nube por cada cosa que creí y me tiraron a pedradas de verdad, logrando un cielo encapotado a más no poder. Por eso me tomo la primera pastillita. Porque me metieron en la cabeza el verso iluso de que tengo que sobrevivir.
A la tarde otra vez, mozo, la segunda copa. Ya estoy medio entonado, diré la verdad, todavía no veo doble pero ya oigo raro, como con eco. Quiero entender qué pasa, qué me dicen esos seres, y a medias capto el mensaje. Los miro dormir debajo del árbol y me tiraría, mozo, me tiraría a dormir un rato.

Las noches acaban con el último trago antes de dejar caer las persianas de mis párpados. Es usted el último que veo, con seguridad la imagen que también estará mañana. Mozo, el último trago y ahora sí, a programar Discoid y esperar que suene, otra vez, mañana.
Conocí en mi paso por el mundo innumerables adicciones, incontables codos gastando el lustre de cada mostrador. Pero yo no vine por mí mismo a parar acá. A mí me dieron el dinero de todas las loterías para pagar la vuelta. Estoy obligado a pedir otra medida, en esta utopía de la existencia a largo plazo.
Las dependencias me muerden los muslos y sangro, estoy ya chapoteando con mi medio interno desparramado. Tengo cadenas del estómago a los pies, cuerdas casi casi de película porno, pero no tan excitantes. Éstas solo huelen a película porno.
No deje de estar, mozo, en el transcurso de todos mis días. Porque no quiero beber más. Y si usted no está para obligarme, me van a comer las gárgolas de las carencias. Me voy a vaciar de sustancias. Mi páncreas se va a transformar en una pasa de uva con olor a cajilla de cigarros. Mi hígado en mil pedazos flotará en los mismos charcos.
Volveré a ver quien soy más allá de las muletas químicas. Reconstruiré verdades a pesar de las pedradas. Pero al deber de vivir no le creo más. A la obligación de existir no le hago caso más. Para marioneta ya nacieron varios y yo, mozo, soy simplemente un hombre.


nadiamifor, nadamiflor, mi flor nada

16.4.08

Ahora usted explíqueme cómo hacemos. Estoy encerrada en un gallinero, poniendo huevos vacíos. Escaparemos como gallinas en película para niños, una fuga con pollos-bala.
¿Verdad que no? Estamos presos, escondidos, prófugos y encontrados, al mismo tiempo. No tenemos calma, no tenemos paz, no tenemos intentos de trasgresión. Usted ya me entenderá.
Esta mañana éramos treinta escribiendo un texto de no más de trescientas treinta palabras. Y si te pasás. Y si no llegás. Mal, está mal.
Quieren que reproduzcamos modelos. Que seamos como ellos. Que con diez y doce mil horas de encierro no comprendamos el mundo como realmente es. Usted me entiende, ahora sí, de qué le hablo. Le hablo del caleidoscopio de hipocrecías con que nos están haciendo ver el cielo, nuestro cielo, señor.
Vamos a educar personitas para reproducir modelos. El modelo del que acata. El modelo del que aprende como emepetres grabando una entrevista y fumándose un humo (pero che, me dejan pegado). Vamos a aprender a construir transmisión de saberes, sin aprender a construir los saberes. Cuantos errores estamos cometiendo, señor.
¿Alguna vez vio una bacteria? ¿Vio como en fisión binaria se reproducen velozmente hacia el infinito? Bueno, así. Como que usted llegara a un aula con un pili, delicado filamento como una fibra óptica, lo enchufara a cada cabeza, y transmitiera lo que hay que transmitir.
Después cerrara el maletín y diera la espalda a veinte bocas abiertas.
Ahora usted explíqueme cómo hacemos. Cómo hacemos si hay quienes quieren eso, y hay quienes hablan de tocarles la cabeza y sentir que pasan cosas. Yo quiero el calor de esas ondas. Quiero la vibración de esos tímpanos. Quiero la cachetada a mis conceptos equivocados. Quiero la cara de asombro a los que no. Quiero la velocidad, el encanto, quiero ver qué pasa.
Y no estamos pudiendo. Ni con esto, eterna lucha de formar seres humanos, ni con lo otro. Lo otro: avanzar una mañana sin haber teniendo que pedir que pares.
Eso, aquello, lo otro. Los dos extremos de una misma piola. Piola que si me descuido me ahorca mañana a las 6:02 a.m.


Al ritmo de Discoid - díaquince mescuatro

13.4.08

En el recuerdo jamás nos pusimos a meditar un segundo en lo que estabamos haciendo. Defintivamente es demasiado fugaz el tiempo en los momentos del siglo nuevo que vivimos, éste siglo con cara de niño y alma de monstruo, ¿vio? Si varias fotos viejas en el cajón me hacen acordar del olor al río y el sol quemándome la mitad de la cara, con la otra mitad sumergida en la sombra del fresco marino, la sombra del olor a pez muerto. En sueños, mis manos mezclan las imágenes como si fueran cartas en una baraja, con la misma sensibilidad y las tremendas ganas de mentir y de ir al choque como antes de jugar un truco. La sensación siempre es la misma, y esa es la única razón por la que vine. ¿Acaso usted pensó que era para otra cosa?... No, jamás hubiera venido para otra cosa. Pasa que vengo hace meses todos los días de mi día y su cara siempre me hizo acordar a esa psicóloga que de chico cuidaba en la escuela que no fuera un malcriado, que no escupiera el moco en la cara de mis compañeros, ni que husmeara que había debajo de las faltas de mis compañeras, porque ellas faltaban tanto como yo el respeto al luto sexual latente en la primaria -a más de una le gustaba el picaporte más que mirar en la tele una versión actualizada de Grease... porque todo vuelve y entonces las orquestas ahora son bandas y Grease ahora son huérfanas en un orfanato de buena onda-
Los mismos rulos, el mismo tono tiene usted... la misma cara de faraona rara que uno no sabe si correr o quedarse a ser comido por las teorías de la mente y de los sueños. Y bueno, hoy me animo a hablarle un poco y aunque me mire medio de reojo, yo se que me presta atención porque le cause tanta impresión como si hubiera visto a un muerto por primera vez.
(En voz baja dije/digo) Seguro se piensa que soy otro loco más de eso que nacen del aliento de invierno. Conocida es la teoría en ésta ciudad angustiada que de a los solitarios locos que van por la calle hablando solos en invierno se les desprende un vaporcito al hablar que se transforma en un nuevo loco. El vapor se transforma en materia después de ciclos químicos comprobados por cualquier Instituto y así llega a generar un nuevo loco, vestido de marrón con bufanda y sombrero, hablandole solo a su vapor y generando nuevamente un razonamiento que ninguna persona bien entendería. Pero no soy uno de esos locos, porque yo no hablo solo.
Oiga, oigame! Yo sé que a usted le miden el tiempo como si fuera lo más importante en el mundo. También sé que es porque le miden bien la temperatura del culo con un dedo durante ocho horas y si se levanta para ir al baño, le cambian el dedo cuando se levanta del inodoro para empezar a medir otra vez el tiempo que usted les va a cobrar por su servicio de prestaculos. Yo sé todas esas cosas modernas de la globalización y las nuevas normas de la patronal, si yo vengo acá hace meses todos los días es porque soy uno más de ese ejército de cadetes que corren con la carpeta, la moto, el morral y el chaleco (casi de fuerza) llevando pagos y retirando comprobantes de cosas que nunca voy a entender. Pero sólo le pido unos minutos de su atención, si no hay nadie esperando en la cola, el ruido del tumulto de la gente por suerte se termina dirigiéndo a otros sectores del Banco. Parecería que ésta caja está cerrada y que usted no está más acá atendiendo, pero son unos ciegos quienes no la ven, con esa piel bañada en leche y esos rulos rojos como la ira. Quiero decirle nomás que no me olvide y que antes de irse sepa que yo me fui primero antes de que dejara de atender en este banco hace 55 años, un día como hoy, frío, nublado y con llovizna. Garúa...

Cabum.