27.6.10

Las lluvias torturan. El difícil camino de los dos metros por dos, del encierro entre cuatro paredes y una ventana donde la luna promete mejores horizontes y cielos rosas. Como cuento de hadas, como cualquier cosa y todo es indigestión de recuerdos. Conmoción es la palabra que explica. La lluvia, las cucharas, las paredes blancas, mis zapatillas colgadas en una percha se secan tras un concierto bajo el agua, tras un submarino de emociones que piden que no le abran más los sobres ni promesas sobre el bidet.
Mis zapatillas en una foto en esa percha parecen en el aire. Y yo tras esa ducha caliente que me convidaste y la guitarra que me diste para escribir estas canciones hoy ando casi volando y conmovido entre lloviznas buscando nuestras sombras en alguna pared de mi barrio.
Y no encuentro a mi barrio ni a mis amigos sino un silencio que me hace recordarte con más fuerza. Una carta abierta a puro grito, unas tripas arriba de la mesa que encastran directamente con mi alma más cercana. Los patios de las casas asoman recién mojaditos y resbalosos. Algunos se pierden entre los virreyes de la zona, confusos por empezar todos igual, pero no lo son. Las baldozas son pieles recién lloradas por el agua de la ciudad, la tristeza total de Buenos Aires.
Sólo se puede ir hasta aquella plaza donde una bicicleta me dio una paliza, donde el piso me dio raspones y el desamor me dio tristezas para tomar un colectivo e irse como aquella mujer en el Sarmiento con remera verde y agua brotando de mis ojos.

Griveo.

19.6.10

Yo me morí cuando perdí la memoria.

Esa es mi única conclusión.

15.6.10

Atrapado. Y ya no sé si estoy huyendo o pensando como sería.
Sufro la atrapada. Choco y reboto entre historias de caminos no elegidos pero quedé en el medio, o más bien arribita... con la malla puesta y en el trampolín. Abajo la caída y el splash y yo tratando de saludar al balcón de alguien que no vive ahí. Subí hace rato. Hace rato que subí escalón por escalón y no es tiempo de trampolines y lanzamientos. Ya se terminó el verano y yo no me tiré.

Atardece en el Club.
Soy una pésima flor. No tiro ni amago, ni aroma ni bolero. Una pésima flor en un pésimo abril. Lo cierto a veces es nulo y a veces es mosca. Pero a las moscas se las mata sólo cuando se están frotando las manos. Es que hay un momento hoy y hay un momento en el ayer al cual no se puede volver ni con la frente marchita, y mucho menos con las manos frotadas. Castigo en el destino por haber hecho tanto y mal, tanto mal, tan tomal. Destino de mosca.

Mosca.

13.6.10

Volví después del amor. No entendí bien hacia dónde íbamos ni porqué era más fácil jugar a jugar en vez de jugar a ser. Ni tampoco me cerró aquella cosa de no saber si me gusta o me desagrada, si prefiero estar o ir a dormir. ¿Y entonces?

Pero, no sé, escribí cosas que quise decir, me expliqué brevemente y vi los libros de filosofía oscurecerse cuando se fue la luz y se dilataron las pupilas. ¿Estás ahí? Te pregunté. Sólo sentía una espalda llena de apófisis espinosas. Me pinchaban más allá de los brazos, mucho más allá del pecho. Me pincharon el ego y la sensación de libertad que escondí y cultivé como mi planta más preciada.

Lo que quiero saber es si tenían razón los que decían que amor y pensamiento no van tan bien como uno cree. Porque sucede que pensé hasta ver partes de mi cerebro criar rueditas mecánicas de hilvanar cosas. Pensé en el dedo índice, en las palmas de las manos, en el sentido de la caricia, en lo transversal y lo longitudinal, en la postura incómodas y en la media azul a rayas blancas.

Mi función es simplemente aliviarte. Sacar tu dolor, quizás masticarlo, jamás deglutirlo, sacarnos airosos de la lucha y revolver los párpados en busca del recuerdo visual. No diré identidad pues me cuesta creer en quienes somos. Y ahora que tocarnos es tan sencillo, ahora que el diálogo es como luz, fácil y simple, comprendo que no sé mucho de tu individualidad.

Entonces tengo miedo de dar en el botón que no es, que caiga un telón misterioso y asustar a mi pequeña capacidad de relacionamiento. Por eso, y porque el pensamiento me desborda y no sé a donde ir, mi función es simplemente aliviarte. Sacar tu dolor. Masticarlo. Jamás quedarme.

¿No ves que no son alacranes?

11.6.10

Aunque diga que
no tenés esa cosa,
no sé, quizás el
perfume o aquel color.

Siempre serás la flor.

9.6.10

Ola de frío polar. Olas y nadie a quien saludar. Se congelan mis manos ya con este invierno venido a menos, venido a más... venidito antes. Me abrazan de muchos mundos y me palmean de otros no tan cercanos. Milongas suenan en mis tímpanos y repercuten hasta el pecho. Letras de viejos tangos que voy confundiendo son vidas pasadas de otros y de mí. Miedo a cerrar los ojos y que no abran más. Miedo a que alguien haya cantado bingo en otra parte del planeta y a que yo me quede con mi mano abierta -abierta como mi noche triste- esperando tu palma.

Mi noche triste.

7.6.10

Te vi. No había flores. Te vi y sólo hacía frío. Yo te miraba de reojo porque intentaba engatusar alguna que otra mirada regalando chocolates y haciendo el ridículo para hacerme notar. Tonta como siempre te vi. Tonta como siempre andaba regalando el dulce a cambio de un poco de olvido. Un poco de olvido con olor a puerto. Estábamos todos y juntos, ahí detrás del teatro en aquel recoveco donde Mario Bros sirve pizza a rolete. Y entre el bochinche de la noche y la tortura del recuerdo te vi. Estabas ahí. Dejabas caer tus muletas al piso y mantenías el equilibrio con la pierna que te quedaba. Probabas a cada segundo lo invisible que eras y lo poco de mágico que tenía tu milagro. Es que no era ningún truco esa manifestación, era simplemente una saturación de lo que sucede todo el tiempo. Al sonar la madera de la muleta contra el asfalto y tus piernas se doblaban para sentir el frío de la calle nadie miraba ni atrás ni adelante, sólo escuchaban el gas de sus bebidas y yo... te vi, pero estaba pendiente del chocolate.

Muletas en Ciudad Vieja.