29.3.10

Ah, bien, señora Turiansky, yo hablaba del gato. Sí, claro, de aquel gato. Entonces miré por la ventana (la del alma, por supuesto) y lo vi, y pensé que así debía ser.
No se asuste. Sí, lo cierto es que me sucede seguido, pero no es nada que yo llame, por ahora, patología. Es que a veces mirar una situación simple, como un punto sencillo en un plano, es suficiente para que deje de serlo (por lo simple, digo). A ver... déjeme explicarlo mejor: imagine que yo pudiese hacer florecer las semillas con el simple hecho de mirarlas (ah, no ponga esa cara, señora Turiansky, no es para tanto). Pues bien: ninguna semilla seguiría siendo tal una vez que las viera yo, pues al instante tendría ante mí una planta. ¿Entiende el problema? ¿Cómo se puede observar lo que ante mí no va a mantenerse fijo, sino que crecerá adquiriendo múltiples complejidades? Para mí, cualquier serpiente es un pulpo.
Ojalá ahora entienda mejor. Ojalá comprenda porqué le hice todo aquel razonamiento y de dónde partió. Ahora lo sabe: del gato. Porque sí, yo creo que no es cierto que se está vivo o muerto. Yo creo que se está vivo y muerto.

Schrödinger.

18.3.10

¿Cómo es que la cabeza cae en la trampera? Un tanguero a tiempo me advirtió de caídas a controlar pero sigue en marcha el hemisferio de los sueños dándole lata al asunto. En la cabeza busco puertas y paredes blancas. Te sueño entre libros de Cuba y parientes, vida mía.

Otra vez te llamo.
Motín de pecho. Alerta de sirenas en Barrio San Martín. Hay un gordo con collar sorpresivo de navaja afilada. ¡Y es gorda la nostalgia! ¡Y es gorda la sensación sensacional de extrañar! Parece que el ser gordo justamente afianza sentir el contrapeso del piso, es decir, nos hace saber donde estamos parados. La tristeza reafirma nuestro ser y estar nos reafirma las tristezas.

Motín a unas cuadras, a cuatro veranos.

12.3.10

En ningún momento de la vida la imaginación caminó por los senderos necesarios para advertir la realidad que llegaría, suave como alguna cosa de Debussi, como alguna seda en manos cálidas, como agua deslizándose en el cristal. Ni colorín ni colado. El cuento se tornó cierto y la creatividad murió una tarde de otoño apuñalada en el banco de plaza vacía.

Pensar, pensar. Cómo más vivir. Cómo poder ser si no hay intercambio de iones para satisfacer las garras de una mente ensangrentada, dura de domar, testaruda y poco dócil. En un parpadeo, un sueño de diez mil noches sin dormir, la suavidad de una caricia indica que se puede parar de ser maquinita lógica que hace cuentas y suda pronósticos de vida. Le susurran amor y devuelve un llanto lastimero de perro viejo.

¿Hasta dónde? ¿Y qué si el amor desemboca en los brazos que han matado y han tirado abajo sueños como si soplaran dientes de león? ¿Qué pasa si el beso sabe a sangre de otro, a vida marchita y caduca que no puede volver? ¿Y si después de matar llega a casa, y si después de destruir se vuelve dócil, y si después de golpear a los más débiles le surge la necesidad del abrazo?

Hay cosas posibles y otras no. No sé. El nombre suena en mis labios y sé que algo cambia. Que el monstruoso rostro de la bestia se torna hacia mí, me mira, y el brillo surge y la mirada se calma y la ternura florece, tan imposible antes, casi como para no creerlo. Pero entre todas las historias de lucha y de amor, de odio y de sangre, el presente tiene poco para añadir a lo que pase. En realidad, el instinto tira como de una cuerda atada al cuello.

Cuando llegues, no hace falta que te anuncies. Vamos a saber quiénes somos. Y si en tus manos hay sangre y si en mi cara hay miedo, en realidad eso no es más que la naturaleza humana: Aún no nos entra del todo en la cabeza esto de que sea imposible crear sin antes haber aprendido a destruir. Tampoco amor sin odio.

Belcebú.

11.3.10

¿De dónde vienen las cosas que mueren, y a dónde van las que nacen? Todas las preguntas son al revés. Con la lengua puedo llegar a tocar el suelo, y los pies rozan estrellas mientras patalean porque no todo es como uno quiere. La sangre se va, la siento correr como un humo rojo y suave, hacia la cabeza. Colgando. El pelo se me mete en los ojos, y yo sigo queriendo saber la verdad. Mi pregunta es si alguien va a poder arreglar lo que está roto. Y si así fuera, si salieras y tu boca fuera una sonrisa y tu piel pálida un destello, de todas formas habría inquietud. Porque en este estado y en esta situación compleja, aún así, comprendo que el arreglo vendría a ser parte sólo de mi más profundo deseo. ¿Y quién soy yo? ¿Quién soy?

Soy cucaracha cruzando avenidas, microbio mirando a lo alto un rascacielos. Mil rascacielos. Soy inquietud de media noche, somnolencia de las tres de la tarde. Soy invertida, patasparaarriba, persona pensante y sintiente que espera y busca encontrar lo que no existe. En la espera desespera, en la acción se cae y monopoliza un enojo de varios ratos. También soy horror de todos los días, maldad de todos los pasados, esperanza que quiere mirar por la ventana un futuro que no tarde.

Pero no importa. Importa aceptar. Callar más y sentir cómo será cuando sea lo que va a venir. Pero no tengo paz, y eso es terrible. Mi deseo es que muriendo nazcas, que acabes de consumar el camino, que te sientas ir como río al mar enorme, que derrames ya no en lágrimas la dicha de la existencia. Y la paz, la que no conozco, que tome contigo el té y te cuente cómo es cuando ya no hay razón para llorar.

Why you so speechless? Ah ah ah...

10.3.10

Pretensiones. Grados de pretensiones, ¿correctas o incorrectas? ¿Qué tanto vive uno el momento actual, el momento que está viendo con sus ojos? Mi pregunta se remite a cada uno de los estímulos que hay en el momento. Y entonces pongo en duda mi ser y mi convivir con el entorno al cual pertenezco duro y permanente. La ilusión de estar despierto pero no sentir la madera de la silla, el viento del ventilador, el plástico de las teclas en contacto con mis dedos. La ilusión de querer vivir el presente sin tener en cuenta que estás respirando. Reflejos que uno deja de lado y da por sentados cuando es evidente que lo absurdo es que eso sea constante y establecido y no un desorden. Aunque realmente sabemos que es un desorden total y evidente. Entonces, ¿qué tanto tiene uno que pretender que aquel perro que ve en el parque corriendo enfrente haga caca junto al árbol?

Aserrín, aserrán.