15.7.10

Una hoja resultará eterna, verde e interminable, incapaz de ser recorrida. La misma hormiga se sentirá microbio, sudará la sangre que no tenga, se espantará de horror al ver la hoja. La hormiga es tímida y no tiene idea que es la más fuerte. No sabe cuánto peso puede soportar su cuerpo. No sabe que la hoja es, simplemente, puentecito sobre el agua para llegar al otro lado.
No es mentira: Un elefante entra en una hormiga.

Nada peor que ignorar.
Excepto no querer ver.

7.7.10

El cine es testimonial. Recuerdo cuando fui el aire que se coló a tu lado. Presencia indeseada en aquel cine en el cual solías comprar dos entradas de más para ocupar de angustias y soledades cada una de las butacas de tus lados. Recuerdo todavía el olor de tu fobia al prójimo: producto incoherente de tu buena educación católica. Me acuerdo aún del color del crucifijo que colgaba de la cabeza de la mesa y de la postura rígida y de evangelio de cada uno de tus ojos que miraban fijo el brillar del blanco y negro que desfilaba en formas y colores delante tuyo. Suspiré con un llanto a tiempo y caí con aquella lágrima que lloró un beso que nunca pudiste darle a aquel amor de pantalla gigante. Corrí con tus ansias detrás de aquella bicicleta que huía llevándose los vasos en aquel guión tragicómico e italiano.

Hoy muero derrumbado junto a tu cruz, tu cine y tus nietos.

Cine. Querida Ana.
Algo tienen estos años. Tienen algo clavado. Una aguja en un pajar, una pera pelada en la arena. Un cigarro prendido en el fondo de un cenicero. Humo enredándose en el aire para dejar de pensar en aquella noche y pensar en esta noche que sigue siendo una sóla palabra: tango. Cesan las invitaciones y las cartas dejaron de llegar a la dirección que alguna vez fue la mía. Van sucumbiendo los fuertes cimientos del lugar que me vio crecer hasta llegar a la punta de ese farol como si fuera lo mío una cuestión de subir hasta el sol de a poquito. Verde y de a poquito creciendo buscando un corazón.
Tus trenzas bajan de donde no se ve y no me dejan subir a ningún lado. Los miradores ya se chocan con los nuevos cimientos de una modernidad que no deja ver. Juro y prometo poner esas cadenas alrededor mío para aferrarme a ese árbol que no quiero que se lleven. Que lo vi sonreirme de chico y devolverme la pelota con su mano. Que te vi darme tu mano y que no la corrías a pesar del llanto y la transpiración. ¡Qué bailamos tantos tangos y nunca nos corrimos por valientes! Y que hoy esa misma valentía nos quema de adentro hacia afuera hasta hacernos ceniza en el cenicero, humo enroscándose por el aire para llegar al pulmón de algún fumador pasivo que nos rescate y nos haga verdad en algún tango con orquesta típica.

Tango.