28.2.10

Un conjunto de palabras que con ritmo surgen como una melodía. Un conjunto de palabras que si fueran imágenes de un ecualizador mental, que sabe traducir en piel y color, te formaría en cada tono y cada letra empeñada en musicalizar el sufrimiento de querer olvidar y no poder. Un riff se traduce en lunares y un lindo verso se cristaliza en la retina de tus ojos. Tus oídos y tu pecho temblando de emoción, el latido de un recuerdo con un tema que cambió la vida y las vidas. Tengo también una carta que nunca te dí por no haberla escrito. Y no la escribí por estar lleno de pretensiones absurdas que siempre arruinaron mi querer. Porque el problema de aprender a volar no es la sensación de estar cerca de las nubes, sino el hecho de saber que los buenos vuelos son con los pies en la tierra -descalzos ellos dos- y con la sensación de flotar andando, de caminar volando.

Quiero volver para ver ese vuelo. Quiero volver para ser ese vuelo, pero a veces no se puede volver como no se puede volar. Los callos en mis pies, las alas en mi estómago, el vuelo en mi pecho. Derrumbes y aludes de sensaciones, confusiones en sueños y ensueños a la carté.

Una palabrita en francés siempre ayuda a musicalizar la poesía.
¡Cómo pega éste parlante en la nuca! Es sonora ruidosidad, es sonora revolución. Tenemos un son, tenemos un don: el de cantar. Pon que tenemos un don. Supon que tenemos un son. Viene cantando y clareando con sus trompetas y tambores. Viene mezclandose en el rumor y el rubor de la ciudad gris y triste del Río de La Plata. Se mete en las venas ya cortadas de mi ciudad, cerquita del Palacio. Se mete en mis piernas y en los huecos que quedan en el empedrado. Suena la fritura del aceite y es como cocinar esto de cantar y andar velando por los demás y los que uno lleva adentro. Como fetos en mi interior, como fantasmas en el interior, como ratones en la heladera.

La lírica deslumbra. Yo pienso a veces que escribo con tinta limón, que escribo invisible en algún pizarrón. Pero al parecer la poesía transparente en las paredes de mi ciudad se lee por todas partes. Es muy fácil caer en la casualidad, buscando algo sobre cualquier otra cosita. Buscamos bailar, buscamos sonar, buscamos vivir hasta dejar el ruido de lado y ser parte del silencio que nos enseñó todo. La lírica es comentada y la lírica es parte mía, de mi sangre y de la de todos. No hay tintas, no hay limones, no hay palabras... lo único que hay que limar es esa catarata de palabras que sale del pecho.

Esto es una crónica.
Fui a visitar a la princesa a su torre de marfil y terciopelo. Extraña princesa ella. Acomodada en un rincón, como si la habitación no la quisiera, como acobardada del tiempo. Extraña su ausencia de vestidos grandes y larga cabellera. En realidad, sólo un ventilador y una pequeña ventana al mundo hacían de tesoro escondido para ella.

Besé su mejilla, tomé su mano, miré sus ojos. Atravesé el portal de la vida, y la muerte pareció ser más amiga que sombra de la que huir. Ella dijo que aprendió y prometió contarme, como quien vuelve de un viaje y trae fotos, y entonces yo logré expresar con un breve silencio mi triste certeza de que no habrá tiempo físico para tales relatos. De la partida ya hablan los vientos, y el corazón empieza a hacer acopio de fuerzas, de donde sea, para el golpe y más allá. Para la aurora de lo que no se conoce.

Figurita repetida.

26.2.10

Una vez en vuelo eterno a cielo abierto vi. Una vez en vuelo eterno al mirar hacia abajo sólo había hueco profundo, oscuridad (Oscuridad que no es más que la traducción geográfica de nostalgia y profundo arraigue al arrabal). Una vez en vuelo eterno, mi felicidad más grande fue gritar 'tierra!' para mis adentros. Tierra querida. Tierra. Una vez en vuelo eterno la tierra era fuego eterno a cielo abierto. Una vez en vuelo eterno en pleno ensueño el grito era evidente: ¡fuego en las Canarias!

Una vez en un sueño eterno, en un vuelo lejano, en un pleno ensueño a cielo abierto, vi mi casa en las Canarias encenderse fuego. Y por una vez más, me dí cuenta que no era ni canario, ni casa, ni fuego, ni mar... sino hueco profundo, oscuridad. Sólo oscuridad era.

Dark Loch Ness.

25.2.10

Se estrelló contra un periódico. Ícaros ya sin sentido que no llegan ni a despegar sus pies del suelo. Dédalos sin sentido que ya no llegan a despegar sus pies del suelo. Soles ya sin sentido que no llegan ni a despegar sus pies del cielo. No comprendo. Asistentes del cambio y la liberación, esclavizados y encorvados caminando en línea recta. Las órdenes y las reglas del juego parecen ser no pisar por fuera de la línea recta: pie delante de pie, cual panqueso. Pero, ¿cuáles son las razones para obedecer las órdenes y las reglas del juego? Acaso no habría que replantearse como jugador, ¿cuál es el juego que estoy jugando? y ¿cómo lo quiero jugar? ¿Dónde está aquel que puso las reglas y los naipes sobre la mesa? ¿Dónde está y donde estuvo ese momento donde se repartieron las injustas cartas que hoy nos dejan jugar hasta lo permitido?

¿Aceptar el límite establecido?

24.2.10

Claridad de cielo abierto y unas ganas de ducharse tremendas. En su sed de ciclista empedernido, las orejas tapadas por música envasada en un archivo de tres caracteres va andando. Su cadetería se va fundiendo y sus piernas se van acortando. Se va haciendo tan corto hasta que queda chiquitito y sudado, entonces el viernes comienza y con sabor a cebada comienza a despegar esas alas hasta que se revienta contra un muro.

Viernes mensajero.

21.2.10

'You learn'. Canciones de éxitos. Hits de distorsión de supermercado. El envase correcto para tambalear la cabeza al ritmo de una canadiense histérica. 'De cómo Alanis Morisette te puede cambiar la noche' se llama este texto que quizás termine inconcluso, impublicable e impúdico. Y entonces me encuentro de repente -literalmente- bajo techos paternos, abrazado por los cuatro padres brazos, con paredes blancas que no buscan más que mantenerse blancas. Las paredes son como sábanas... un poco por la mediocridad del moderno arquitecto que busca baratez y otro poco porque las ganas de dormir son evidentes en la casa. Hay un clima de siesta, hay un barrio afuera con sonido a pajarito y olor a lagartija. Se oyen los pequeños lagartos y sus piecitos en la vereda... se escuchan los bombos a lo lejos. Se huele a lluvia, y a los doce también me gustaba la lluvia y su olor, como Alanis. Me parece que entre tonos disminuidos y lluvia en el patio no hay tanta diferencia. Me parece que llueve pecho adentro.

¡Qué dificil hacer sonar mis gritos que precisan un poco de rocanrol, milonga y murga como si fueran cantos a la vida y a la flor! ¡Qué tortura hablar de colores y de violetas, de flores y montones de pajaritos al sol! ¡Cuántas nomenclatu...!

¡Pum!

20.2.10

La gente cambia como un terciopelo. Depende el viento, el roce, sus tonos y colores. No es como para alarmarse, pues nunca un terciopelo azul apareció rojo de repente, pero no te asustes y un día aquellas finas cerdas aparecen mirando para otro lado.

Esperanza. Un día, acumulada, llené un barril entero y pensé que no podía pedir más. Pero en el terciopelo se me cayó un poco y en la duda otro tanto. Ahora intento no caerme, pendiendo de un hilo, a terminar de ahogarme donde muertos no están pidiendo.

Aprendo que tengo manchas en un historial ya bastante largo como para agregar más cosas. Aprendo que de lo dicho ya no se puede decir más, pues la contradicción terminaría por aplastarme con su peso monstruoso. Sé del mal mucho más de lo que quisiera. Lo cierto es que volé con él años luz experimentando sin miedo de quemarme un dedo.

Olvidé más tarde quién era, y ahora con tristeza anuncio que me creí mucho y me vi poco. Que sonreí pensando, muchas veces, cuánta bondad podía llegar a dar si quería. De lo despótico y lo cruel me separé, me volví sapo de otro pozo y flor de otro jardín, haciendo gesto de asco y condendando con un dedo más utilizado que el corazón.

Si vamos a hablar, hablemos de verdad. Ya no tengo miedo de las heridas de otros, ni escondo más mi espada. En qué momento sanarán, no sé. En qué momento encontraré la paz que no se preocupa de antiguas caminatas, tampoco. Pero tengo ganas y aún resta esperanza. No puedo devolver lo que tomé y no puedo secar los ríos de lágrimas. Pero puedo desviarlos con piedras que, quizás, los lleven a un curso más feliz.

Me paro a pensar un rato. Presiento que toda la vida fue igual. Si lloro no sirve y si río molesta. Para los corazones tengo un regalo, para las almas una compañía, para las piernas cansadas un grito de aliento, luchando para no declararse vencido, que llega y remonta soñando hacer caer de estas manos las armas y de esas las heridas.

Nageśwara.

19.2.10

Me pregunto si en el fondo de esta casa, en sus cimientos de ladrillo a la vista, al escuchar una armónica armónica se irían a bajo las paredes hasta el piso de la emoción rotunda de un folclore bien pasional y tocado. Me pregunto si mis paredes no se habrán caído hace rato.

Es plash.

16.2.10

Baba. Saliva caliente. Agua hirviendo. La pava que me mira y en su mirar está el recuerdo de muchos mates y muchas aguas hirviendo. La pava que vino de tu mano y tu mano que se va volando. Tu mano que deja regalos en mi pecho y va dejando un nido que ya no sirve, que ya se aleja, que hace agua. El nido hace agua y el agua se va colando por los recovecos de mi pecho. El derrumbe es real y el piso tiembla. La cueca suena en el parlante y las flores no me alcanzan para olvidar. Tu mano riega recuerdos y mi sol sigue sin salir. Mis flores siguen sin florecer, ¿y acaso hay alguna estación que quiera oír mi canto?
Veo una y otra vez la estela y la sombra de un tren que se va y se va. Veo una y otra vez que una película del siglo pasado me pasa por el cerebro y no puedo impedirlo. Veo todo desde la impotente, impaciente e inactiva situación de saber que todo fue pasado y que todo ya pasó. Veo todo ya mismo, en presente, pero ya se va.

Cueca de la pava, la mano y el agua.

14.2.10

El silencio me sirve para muchas cosas. Resto lo que sumé antes, desato los nudos en el tiempo, voy, vengo, y siempre estoy acá sentada en el sillón. Me acero a una cama donde hay una persona, me acuesto a su lado, siento la textura de su pelo, la temperatura de su frente, su respiración tosca y retenida. Le digo que no tiene porqué estar sola, que siempre hay manos y siempre hay almas, que las penas son pasajeras y los dolores medidores de la fe en la fuerza de cada uno. No sé qué contesta. Mis manos son violetas y su voz un aullido lento y pálido en la tarde que cede con bandera blanca ante una noche de vientitos y cantos para recordar. Si le pido que se quede conmigo soy lo peor alguna vez visto. Pero le pido, porque las palabras rompen las barreras de mis labios y se escapan. Una vez más, sólo susurra y yo no entiendo. Pero estoy, y si lloro ella escucha caer las gotas contra la almohada. Es lo bueno del silencio, le digo. Yo estoy contigo. A pesar del sillón.


Amor.

8.2.10

Un día caí en mis propios brazos para descansar, después de la búsqueda y el viaje y la desesperación. Me acomodé en la falda que me sostenía, apoyé la cabeza en este hombro y dormí hasta que el alba dijese que ya se podía respirar sin intoxicarse.

En mis sueños comprendí algunas cosas. Le di imágenes a los porqués que bombardeaban mis párpados queriendo abrirlos. Hubo alguien, no sé quién (nunca sé quién) que me habló de cárceles y de épocas donde no podíamos tocarnos. Algo en mí, quizás una brisa se anunciación allá en lo lejano de mis fibras nerviosas, recordó cómo había extrañado el tacto de la piel ajena, el intercambio suave y delicado de una caricia. Hablé de un hijo, de una mujer y miles de cartas. Y me trasladé, como volando sin volar, hacia los días que corren y cómo nada se pierde. Transformado está.

Para la paz quizás ya no me queden esperanzas. Quizás ya haya caído en la cuenta de que las bombas no venían desde afuera. Aunque el viento me recuerde que tengo piel, y la brisa del atardecer recorra mis conductos lacrimales y se vuelva lágrima tibia, en el fondo más de una idea empieza a congelarse. Alargo los dedos queriendo sostenerme en este precipicio un poco más, esperando a que lleguen volando y me rescaten. Porque es tan fácil caer... cerrar los ojos, aceptar los nueve con ocho puntos de gravedad, con certeza científica aceptarla, tomarla, hacer la cuenta lúcida y hasta quizás saber, si se conoce la masa del cuerpo en cuestión, en qué momento exacto llegaré al suelo. Pero no quiero más caer con facilidad. Tampoco escalar a un cielo que se aleja como si un titán lo soplara desde abajo. Estoy en mis propios brazos y eso ya es un buen comienzo. El problema es la parte del sueño. El alba me prometió anunciarse junto a la seguridad de poder respirar aire limpio. Pero aún no se oye nada, la oscuridad es profunda y el sueño muy largo. Siguen los recuerdos, las imágenes y las respuestas, como si fuera una obra de teatro. ¿Cuándo amanece? ¿Cuándo el Sol? ¿Cuándo el cielo limpio? ¿Cuándo la luz? Recuerdo un tacto, el último tacto. La única vez en la vida.


Spandau.

6.2.10

Busco la etiqueta que tiene escrito el destinatario, la dirección, el código postal y que sea la versión que tiene pegote, para que todavía sea más inmediato. Busco entre cajones, busco en las partes más visibles y menos visibles del desordenado escritorio que tiene cuadernos Gloria, hojas Rivadavia y libros de Cortázar, Lecoq y Handke.

Busco y no encuentro la manera.