Un conjunto de palabras que con ritmo surgen como una melodía. Un conjunto de palabras que si fueran imágenes de un ecualizador mental, que sabe traducir en piel y color, te formaría en cada tono y cada letra empeñada en musicalizar el sufrimiento de querer olvidar y no poder. Un riff se traduce en lunares y un lindo verso se cristaliza en la retina de tus ojos. Tus oídos y tu pecho temblando de emoción, el latido de un recuerdo con un tema que cambió la vida y las vidas. Tengo también una carta que nunca te dí por no haberla escrito. Y no la escribí por estar lleno de pretensiones absurdas que siempre arruinaron mi querer. Porque el problema de aprender a volar no es la sensación de estar cerca de las nubes, sino el hecho de saber que los buenos vuelos son con los pies en la tierra -descalzos ellos dos- y con la sensación de flotar andando, de caminar volando.
Quiero volver para ver ese vuelo. Quiero volver para ser ese vuelo, pero a veces no se puede volver como no se puede volar. Los callos en mis pies, las alas en mi estómago, el vuelo en mi pecho. Derrumbes y aludes de sensaciones, confusiones en sueños y ensueños a la carté.
Una palabrita en francés siempre ayuda a musicalizar la poesía.
28.2.10
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