14.2.10

El silencio me sirve para muchas cosas. Resto lo que sumé antes, desato los nudos en el tiempo, voy, vengo, y siempre estoy acá sentada en el sillón. Me acero a una cama donde hay una persona, me acuesto a su lado, siento la textura de su pelo, la temperatura de su frente, su respiración tosca y retenida. Le digo que no tiene porqué estar sola, que siempre hay manos y siempre hay almas, que las penas son pasajeras y los dolores medidores de la fe en la fuerza de cada uno. No sé qué contesta. Mis manos son violetas y su voz un aullido lento y pálido en la tarde que cede con bandera blanca ante una noche de vientitos y cantos para recordar. Si le pido que se quede conmigo soy lo peor alguna vez visto. Pero le pido, porque las palabras rompen las barreras de mis labios y se escapan. Una vez más, sólo susurra y yo no entiendo. Pero estoy, y si lloro ella escucha caer las gotas contra la almohada. Es lo bueno del silencio, le digo. Yo estoy contigo. A pesar del sillón.


Amor.

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