Tus trenzas bajan de donde no se ve y no me dejan subir a ningún lado. Los miradores ya se chocan con los nuevos cimientos de una modernidad que no deja ver. Juro y prometo poner esas cadenas alrededor mío para aferrarme a ese árbol que no quiero que se lleven. Que lo vi sonreirme de chico y devolverme la pelota con su mano. Que te vi darme tu mano y que no la corrías a pesar del llanto y la transpiración. ¡Qué bailamos tantos tangos y nunca nos corrimos por valientes! Y que hoy esa misma valentía nos quema de adentro hacia afuera hasta hacernos ceniza en el cenicero, humo enroscándose por el aire para llegar al pulmón de algún fumador pasivo que nos rescate y nos haga verdad en algún tango con orquesta típica.
Tango.
Tango.
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