27.6.10

Las lluvias torturan. El difícil camino de los dos metros por dos, del encierro entre cuatro paredes y una ventana donde la luna promete mejores horizontes y cielos rosas. Como cuento de hadas, como cualquier cosa y todo es indigestión de recuerdos. Conmoción es la palabra que explica. La lluvia, las cucharas, las paredes blancas, mis zapatillas colgadas en una percha se secan tras un concierto bajo el agua, tras un submarino de emociones que piden que no le abran más los sobres ni promesas sobre el bidet.
Mis zapatillas en una foto en esa percha parecen en el aire. Y yo tras esa ducha caliente que me convidaste y la guitarra que me diste para escribir estas canciones hoy ando casi volando y conmovido entre lloviznas buscando nuestras sombras en alguna pared de mi barrio.
Y no encuentro a mi barrio ni a mis amigos sino un silencio que me hace recordarte con más fuerza. Una carta abierta a puro grito, unas tripas arriba de la mesa que encastran directamente con mi alma más cercana. Los patios de las casas asoman recién mojaditos y resbalosos. Algunos se pierden entre los virreyes de la zona, confusos por empezar todos igual, pero no lo son. Las baldozas son pieles recién lloradas por el agua de la ciudad, la tristeza total de Buenos Aires.
Sólo se puede ir hasta aquella plaza donde una bicicleta me dio una paliza, donde el piso me dio raspones y el desamor me dio tristezas para tomar un colectivo e irse como aquella mujer en el Sarmiento con remera verde y agua brotando de mis ojos.

Griveo.

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