24.5.08

Por enésima vez, cantaba retirada. Que lo parió, che. Y tan peinadito, y tanto perfume, para quedarse con la flor en la mano, el ojal vacío y alguna que otra ilusión perdida. Bailoteando en el cordón de la vereda como borracho de fin de fin de semana, rezagado entre la gente que ya volvió a casa.
Un estribillo y adiós.

- Mirá, che - le dijo a un poste de luz que ofició de dama perdida, quetito y escuchando- Se me acaba la vida, no nos podemos dar estos lujos. Me queda poco tiempo y no me aguanto esperando como un nabo a ver si aparecés. El perfume no es cosa para despreciar, ¡mirá que tapin! Hasta flor te conseguí. Y quería que fuéramos a cantar juntos. Pero ta, entendí como viene la mano. Se me acaba la vida, ya te lo dije. Estoy empezando a pensar que estoy medio condenado por el destino, o Dios, que viene a ser lo mismo. Como que tiene un dedo en mi cabeza y aprieta. Soy muñequito de torta medio enterrado. Así que me voy, ¿sabés? Andá a cantarle a Gardel, no te espero más. Dicho el recitado, adelante la retirada. Cambio y fuera.

Se calzó el sombrero con elegancia y, haciendo caso omiso del puñal de angustia en el pecho, se fue caminando por la calle vacía sin voltear ni una sola vez a ver si lloraba o si simplemente continuaba ahí parada e indiferente. Ni una sola vez se dio vuelta a fijarse, como corresponde. Con el eje un poco torcido y la gravedad medio aumentada dobló en la esquina, justo al momento de entonar la bajada.


Tan difícil como andar.

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