16.5.08

Al parlante se le ocurrió cantar que otra vez no puede dormir. Y que, por favor, no acepte las promesas. Que no hay promesas que pueda mantener.

Recuerdo haber dicho lo mismo, con el parlante en mi garganta. No tomes mis promesas. No las puedo mantener. Es cuestión de ciclos, me hablaron las voces. Los míos, aparentemente, eran más cortos y nunca llegaba. Yo siempre había concluido cuando el otro estaba aún por darse cuenta de algo, de nada, de todo.

Quizás algún día nos conozcamos y charlemos, no solo hablemos. El lema con el que caminamos entre la gente, buscando. Para lograr escuchar en vez de oír. Tan acostumbrados a tener tubitos en las orejas que dejan pasar todo y nada se queda. Por eso, a quien le importa (que me importa!) si del piso once hasta el final él está enojado con las restricciones de energía. No tenemos un ascensor pero estaban todas las luces de la rambla prendidas esta mañana! La coherencia no es nuestro fuerte, le digo. Y asiente, sí, sí, claro, tenés razón. Como decir mire usted qué calor hace de repente, pensar que estamos en otoño, que tiempo de locos, cómo se fue el año.
Pero: ¿Cómo decir mire usted qué calor que hace de repente, pensar que estamos en otoño, que tiempo de locos, cómo se fue el año? No es una pregunta pero... es. Y me pregunto cómo decirlo para que no parezca que estoy combatiendo el interminable silencio de ascensor que detesto, que me molesta, que no aguanto. Porque solamente en las películas la gente tiene sexo en el tiempo que se demora en bajar once pisos. O se enamora, o se pelea, o le pasa algo bien importante. Al resto de la gente, que somos un número en ascenso, nos pasa nada más que un silencio o, en el mejor de los casos, una conversación de esas en que la gente habla pero no conversa.

Una lástima, te diré. Quizás hubieras podido saber qué me pasaba. O quizás, yo hubiera entendido que esa mañana te molestó tanto más que las luces de la rambla, siendo que vos no podés disponer de tus tres ascensores. No. Te molestó el eco agudo del túnel en auto, te molestó la gente caminando en filas por la calle, te molestó cuando otra vez repetiste el repertorio de frases a decir en un encuentro pactado solamente por la rutina. Y te preguntás cómo decir que qué calor si estamos en otoño, que qué rápido se va el año, ya otoño. ¡Ya otoño!
Entraste al ascensor, con la picazón incómoda de saber que ibas a bajar once pisos sin sexo, ni amor, ni peleas, ni nada bien importante. Para hacerle frente, en un intento desesperado, comentaste lo de las luces en la rambla, qué barbaridad. Alguien te contestó es verdad, la coherencia no es nuestro fuerte. Asentiste, sí, sí, tenés razón.

Tenés razón. Llegamos a planta baja, estábamos salvados, nunca nos enteramos de nada. Nunca supimos que nos inquietaban las mismas cosas, ni nada, nada.
La calle volvió a resurgir entonces, las mismas preguntas, cómo lo digo, cómo hago que no parezca que no escucho, cómo le pego una patada al adormecimiento general y mantengo la promesa de aniquilar cada uno de los silencios interminables con el parlante en mi garganta.

Siete cuadras después tenía peores cosas en qué pensar.



The same mistake again.

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