Tanto tiempo tardamos que, cuentan los ojos de los testigos oculares de aquella tarde, caducaron todos los períodos. Se deshicieron los enlaces, las moléculas se separaron unas de otras, con velocidades en sentido opuesto, alejándose años luz de todo. La materia se descompuso, vibrando y silbando en el viento el final de lo conocido.
Estábamos tan cansados...
Así estamos, tanto tiempo después y tanto tiempo antes del fin. Ambiguos y cansados. Finitos y estúpidos. Desilusionados, con grandes ojos buscando caras y respuestas, como si fueran lo mismo. Y lo son. Te creo que lo son. Creo en tantos rasgos.
Pero acaba de romperse todo. Aquella tarde y ésta. Fue el día del fin, el día en que no hubo nada más. Las fechas de vencimiento no son algo que nunca llega. Compruebe la fecha en el dorso del envase. Y cuando volteaste decía solamente un ahora. Se te cayó el alfajor de las manos y te caíste vos después, rodando interminablemente por el túnel del tiempo. Y cuando quisiste acordar eras uno más. Te levantaste y pisaste un montón de cuerpos que hicieron auch (y solo auch). Como figuritas repetidas estaban todos ahí, apilados en aquel depósito. Los hombres idénticos.
Acá, de este lado, se está vaciando el mundo. Tengo tanto miedo. Cada vez quedamos menos, cada vez más gente está encontrando su ahora al dorso del envase. Caen y desaparecen al instante. Los siento irse como si se me prendieran de la carne y al resbalar se llevaran un pedazo. Yo nunca termino de irme. Aparezco siempre en el mismo lugar, no tengo fecha todavía, no sé ser diferente y cada vez hay más aire en todos lados. Porque los cuerpos se esfuman.
Si lloro un rato o extraño a alguien que se fue, algo los acerca un segundo. Pero solamente es un recuerdo de su imagen, los que eran antes de caer en el depósito de la gente idéntica. Quisiera pasaporte por un rato, para ir a buscarlos. A veces me convenzo de que si les pidiera volverían otra vez. No acepto que quieran estar ahí, en vez de acá.
Pero las horas desmienten. Si no vuelven es que algo allá les llamó la atención y decidieron quedarse. Yo quisiera poder convencer a más de uno de que no vale la pena resbalar. De que repetir personas es aburrido y no abre la mente. De que depositado nadie florece.
Pero en mi discurso no hay espectadores, hace tiempo que perdí la batalla, si cuando miro adelante alguien trastabilla un poco, está a punto de dar vuelta el envoltorio y hallar su ahora, yo corro y le pediría que no, que se quede quieto, pero es demasiado tarde. Justo cuando llego a agarrarle una mano se esfuma mirándome, empieza a caer inalcanzable y, otra vez, estoy de este lado del vidrio, apoyando las mejillas para poder pasar y sin lograrlo, hundiendo las manos en la oscuridad e intentando no perderlo.
No sirve de nada. La gravedad se lo traga, no tengo tiempo ni de decirle que va a hacer mucho más frío del que ya hace. El contador retrocede uno y se ríe bajito.
de mí.
20.4.08
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