23.4.08

Están cerrando la puerta, y como ya se sabe en el mundo del teatro, tan mala educación es decir suerte como entrar en medio de la función. Pero a este tipo se le ocurrió por una vez más romper con las absurdas estructuras de los espectáculos que dicen que están bien. Con alma de psicótico y ojos de vampiro se abalanzó sobre el acomodador que con los bigotitos de Alfred -no Hitchcock sino el mayordomo de Bruno- y lo desvistió con los dientes mientras gruñía como si fuera una bestia de otro planeta, de otra película.
Luego de minimizar al guardián del silencio, del cuidado de lo puro y virgen de lo artístico pateó la puerta cual oficial de la más patética película de acción y a los gritos empezó a rociar con kerosén las butacas de la sala. El líquido rojizo transparente se mezclaba con la gomina de los cabellos de los caballeros y se metía en las venas de los animales muertos que colgaban del cuello de las damas. Horror en las palabras con dos eles seguidas. Cabellos, caballeros, cuellos a una chispa de ser una fiesta infernal. El olor a estación de servicio, el olor a malabarista mugriento, se hacía sentir en las pieles de las decentes personas que como afamadas personalidades de la sociedad habían llegado a la sala en busca de un poco de vanguardia cultural envasada en un plástico. Rogaban ver al maestro, al danzarín, al actorón, a la hermosa cantante, a la voz que sacude los órganos, al pianista que sacude las voces. Orgasmatrón artístico, las damas entre pieles de zorro y zorras de piel humana se acaloraban y gemían como con el sexo más salvaje con cada exclamación del artista. La piel del artista con las luces brillaba como el papel moneda en el Banco Nacional.
El orgasmo ésta vez fue del más sádico. Porque aunque el que teja los hilos del planeta sea el que tenga el título del más sádico, quizás porque estudió años de terciario y universidad para ello, no entienden nada. Porque éste sádico kamikaze -escapado del sueño de un montevideano, tanto como de un porteño insómnico de amor- hoy lloró sus penas riendo lágrimas de kerosén y su bronca fue la chispa que encendió zorros, zorras, pieles y que marchitó el más mediocre de los artes. Marchitó la flor de la mainstream, quemó el escenario principal de punta a punta y la astilla más chica que quedó mide menos que una molécula de hipocresía y le quedan segundos hasta que termine de esfumarse y ser completamente ceniza. Cenizas que son la victoria de una honorable pasión que se quemó como una película vista antes del estreno, como un rumor antes de que sea verdad, como la noticia de que iban a matar a un presidente un día antes de que suceda en un diario australiano.

Teatro.

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