24.4.08

Ésta mañana mientras desayunaba arroz con atún que nadaba en mar de mayonesa pensé las tremendas ganas que tenía de escribir un manifiesto, manifesto. Bueno, primero para empezar pensé que podía buscar en el diccionario si esa "i" que está en el medio va, o no va. Fue entonces cuando encontré sobre la mesa el libro viejo y lleno de tierra de mi hermano donde se habla de fantasmas que recorren el viejo continente. No había nada que no me hayan contado en ese libro lleno de tierra, de polvo y de siglo y siete, ocho, nueve pero todo antes que hoy.
Un manifiesto, como en los viejos tiempos. Como cuando uno podía determinar en varios puntos y especificar en cada una de esas acepciones la locura de sus sueños, de sus pesadillas y elegir un modelo de vida para armar como esos avioncitos de madera balsa que siempre pensé en hacer cuando era chico.
No quiero creer que me estoy quedando -como ser latente de mi generación- sin ideales ni amores y sólo con envases y fotos amarillentas de un pasado mejor que no viví. No quiero creer que me gustaría más vivir en dictadura irresistente antes que en mi realidad y mi presente. No quiero tener 66 en vez de 22. Un tercio de vida y un millar de esperanzas ardiendo como fuego en una playa donde se celebra una orgía pasional. No quiero creer que todos nosotros vamos sin rumbo y sin un claro manifiesto que nos indique el andar.
Quizás lo mejor para volar -como cuando chico- no es armar un avión de madera balsa, sino saber aterrizar y aprender a aterrizar sin ruedas. Aterrizaje de emergencia. Quizás lo mejor para seguir es no manifiestar más que unas ganas de vuelo eterno que baje y llene de fosfato las almas inundadas de pureza y mensajes que no se entienden que viajan por las ondas electromagnéticas, de esos que habitan el mundo actual.

Volar. Nada comparado a soñar con Brecht.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cuanta claridad don hongo