13.4.08

En el recuerdo jamás nos pusimos a meditar un segundo en lo que estabamos haciendo. Defintivamente es demasiado fugaz el tiempo en los momentos del siglo nuevo que vivimos, éste siglo con cara de niño y alma de monstruo, ¿vio? Si varias fotos viejas en el cajón me hacen acordar del olor al río y el sol quemándome la mitad de la cara, con la otra mitad sumergida en la sombra del fresco marino, la sombra del olor a pez muerto. En sueños, mis manos mezclan las imágenes como si fueran cartas en una baraja, con la misma sensibilidad y las tremendas ganas de mentir y de ir al choque como antes de jugar un truco. La sensación siempre es la misma, y esa es la única razón por la que vine. ¿Acaso usted pensó que era para otra cosa?... No, jamás hubiera venido para otra cosa. Pasa que vengo hace meses todos los días de mi día y su cara siempre me hizo acordar a esa psicóloga que de chico cuidaba en la escuela que no fuera un malcriado, que no escupiera el moco en la cara de mis compañeros, ni que husmeara que había debajo de las faltas de mis compañeras, porque ellas faltaban tanto como yo el respeto al luto sexual latente en la primaria -a más de una le gustaba el picaporte más que mirar en la tele una versión actualizada de Grease... porque todo vuelve y entonces las orquestas ahora son bandas y Grease ahora son huérfanas en un orfanato de buena onda-
Los mismos rulos, el mismo tono tiene usted... la misma cara de faraona rara que uno no sabe si correr o quedarse a ser comido por las teorías de la mente y de los sueños. Y bueno, hoy me animo a hablarle un poco y aunque me mire medio de reojo, yo se que me presta atención porque le cause tanta impresión como si hubiera visto a un muerto por primera vez.
(En voz baja dije/digo) Seguro se piensa que soy otro loco más de eso que nacen del aliento de invierno. Conocida es la teoría en ésta ciudad angustiada que de a los solitarios locos que van por la calle hablando solos en invierno se les desprende un vaporcito al hablar que se transforma en un nuevo loco. El vapor se transforma en materia después de ciclos químicos comprobados por cualquier Instituto y así llega a generar un nuevo loco, vestido de marrón con bufanda y sombrero, hablandole solo a su vapor y generando nuevamente un razonamiento que ninguna persona bien entendería. Pero no soy uno de esos locos, porque yo no hablo solo.
Oiga, oigame! Yo sé que a usted le miden el tiempo como si fuera lo más importante en el mundo. También sé que es porque le miden bien la temperatura del culo con un dedo durante ocho horas y si se levanta para ir al baño, le cambian el dedo cuando se levanta del inodoro para empezar a medir otra vez el tiempo que usted les va a cobrar por su servicio de prestaculos. Yo sé todas esas cosas modernas de la globalización y las nuevas normas de la patronal, si yo vengo acá hace meses todos los días es porque soy uno más de ese ejército de cadetes que corren con la carpeta, la moto, el morral y el chaleco (casi de fuerza) llevando pagos y retirando comprobantes de cosas que nunca voy a entender. Pero sólo le pido unos minutos de su atención, si no hay nadie esperando en la cola, el ruido del tumulto de la gente por suerte se termina dirigiéndo a otros sectores del Banco. Parecería que ésta caja está cerrada y que usted no está más acá atendiendo, pero son unos ciegos quienes no la ven, con esa piel bañada en leche y esos rulos rojos como la ira. Quiero decirle nomás que no me olvide y que antes de irse sepa que yo me fui primero antes de que dejara de atender en este banco hace 55 años, un día como hoy, frío, nublado y con llovizna. Garúa...

Cabum.

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