La comunicación está ahí, encerrada en páginas amarillentas ordenadas en dos paredes repletas de ellas. Miles de páginas. Millones de palabras. Alguien nos quiso decir todo eso, como un tesoro de un pirata loco, acumulado durante años de tierra y lágrima, de ternura y lucha. Tanto amor, tanta guerra, tanto olor a hoja reseca y tinta que se te mete por los poros y te tatúa alma.
Todo guardado durante tanto tiempo, en cajas y sobres de papel marrón. Recortes de diario contando una historia en sepia, apuntes dementes que una cabeza descolocada y enferma por diagnóstico dejó caer en tinta azul. Cada página tiene su propio marco amarillento, signo del tiempo y los años.
Hay tantas cosas que no sé por donde empezar. Están ahí, cada uno, cada secreto, cada tesoro, cada forma de ver y ser. Sentarse en el piso y mirar para arriba. Todos ellos, todas esas tapas desgastadas, todos esos títulos que quien sabe si una sola cabeza podrá con ellos.
Una pinta de loco que se me aparece en la mente, una vestimenta de viejo ortodoxo como debe ser, boina y pantalones grises, voz como mal amplificada, manos de dibujante, ojos de escritor y un grabador muy viejo que recita en una habitación de una vieja casa (abandonada ya) Guitarra Negra, con ronco y emocionado acento de grapa y cigarrillos.
Zitarrosa y noches de verano con un perro peludo, un tío pelado, un vaso de vino, un reloj cucú, mil libros, mil discos, mil gusanos de seda, tanta vereda, tanta florcita blanca, tan linda la hamaca de hierro, tanto olor a nafltalina y tiempo. Cómo se fue, como un adios. Adios.
Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco.
Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma.
Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables.
Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión.
Y no halló nada... no pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes...
A mi tampoco me encontró... yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles, pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo.
Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas... y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales.
La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra, a la luz del farol, y se echará en el piso como un perro, y aguardará hasta la madrugada.Hoy... dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...
Camus está en mi cama, esperándome.
Todo guardado durante tanto tiempo, en cajas y sobres de papel marrón. Recortes de diario contando una historia en sepia, apuntes dementes que una cabeza descolocada y enferma por diagnóstico dejó caer en tinta azul. Cada página tiene su propio marco amarillento, signo del tiempo y los años.
Hay tantas cosas que no sé por donde empezar. Están ahí, cada uno, cada secreto, cada tesoro, cada forma de ver y ser. Sentarse en el piso y mirar para arriba. Todos ellos, todas esas tapas desgastadas, todos esos títulos que quien sabe si una sola cabeza podrá con ellos.
Una pinta de loco que se me aparece en la mente, una vestimenta de viejo ortodoxo como debe ser, boina y pantalones grises, voz como mal amplificada, manos de dibujante, ojos de escritor y un grabador muy viejo que recita en una habitación de una vieja casa (abandonada ya) Guitarra Negra, con ronco y emocionado acento de grapa y cigarrillos.
Zitarrosa y noches de verano con un perro peludo, un tío pelado, un vaso de vino, un reloj cucú, mil libros, mil discos, mil gusanos de seda, tanta vereda, tanta florcita blanca, tan linda la hamaca de hierro, tanto olor a nafltalina y tiempo. Cómo se fue, como un adios. Adios.
Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco.
Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma.
Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables.
Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión.
Y no halló nada... no pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes...
A mi tampoco me encontró... yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles, pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo.
Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas... y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales.
La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra, a la luz del farol, y se echará en el piso como un perro, y aguardará hasta la madrugada.Hoy... dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...
Camus está en mi cama, esperándome.
No hay comentarios:
Publicar un comentario