Me pregunto ¿qué tipo de caparazón tengo puesto? Porque lo rápido que uno camina siempre se nota con el animal que más lo identifican los demás. Y cuando uno tiene el caparazón más rugoso y menos limpio suele castigarse hasta que el látigo le duele en las piernas y tiene que caminar más cortito y más lento. Y cuando uno no sabe cuál es el caparazón que tiene y puede llegar a chistar y a ladrar sin pensar, quizás en el fondo falta limar un poco y sigue saliendo un poco de aserrín de adentro. Aserrín que inunda la vereda y la porción de pizza que está en el plato. Mejor quizá sea que la tortuga siga con su caparazón y el paranoico con su choripán nadando en mediocridad de corso, en falso carnaval. Mejor quizá sea que la indigestión lleve a que el aserrín inunde el gran inodoro que es el Río de la Plata y a que el vómito que el choripán y el perder la complicidad te hizo hacer haga que se hundan más barcos en el mar y menos viajes en el planeta. Más rulos, más culos, más tetas. Más birras, más minas, más jetas. Menos vidas, menos sorpresas de este tipo que te dejan parado en ningún lugar, sin pared ni punto de referencia, como en el medio de una cueva en Mendoza, como en el medio de Tunupa con flamencos, como en el medio de un lago agotado de nadar, como en el medio de Cabildo con autos pasando de un lado y de otro y el 60 chillando y ladrando teviadejarlacarachata. Menos más, más o menos. Más.
Intentononoaunquetrate.
20.2.08
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