Necesito diez millones de historias para completar esta faltante de palabras vomitivas, que salen y rebotan en los cerebros y chocan contra cada soma en sus neuronas, vibrando hasta hacer saltar los tapones en el tablero eléctrico de la mente.
Ya grité ausente a respuestas, con el convencimiento de que gritando se vuelven más fuertes las personas. Entonces apareció el susurro, con su debilidad mil veces más evidente, y llegó más lejos haciendo menos daño.
Están siempre ahí, inamovibles, los hombres tristes. Parados uno tras otro contra las paredes grises y sucias. No los puedo mover, en mi mente solo hay lugar para que estén parados, absorbiendo humo y exhalado aire de resignación.
Si atravieso el cuarto y los voy a buscar, un brazo fuerte siempre contiene impulsos, no me dejan estirar los brazos y lograr atrapar aunque sea uno.
Entonces las filas de esos hombres tristes, tan enterrados hasta las pelotas en el barro del mundo, se hacen grandes y eternas. Y ellos que absorben sin saber, sin darse cuenta, sin ver nunca sus pulmones llorando al oxígeno.
Un día va a hablar la voz dentro de sus pechos como grito asqueroso, gruñido atrapado en un parlante que se satura y grita mierda, mierda, mundo de mierda.
Un día abrirán el pecho y saldrá, de una vez por todas, el cuervo negro. No más planear por lo bajo cómo contaminarse, ahora sí, hace falta más aire para tanta cabeza fresca.
Mientras tanto, Dios sigue ausente o riéndose mucho, no lo sé, y en mi cuarto ya casi no entran más caras tristes.
que llorar trae tanto frío - 183 en Francisco Simón
19.12.07
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