23.12.07

Lo que está haciendo ahora es estrujar con las manos y exprimir, y retorcer hasta que se escapa todo el líquido. Hasta que queda una pulpa seca y disminuida, entonces la tira al suelo y la pisotea. Se mancha los zapatos negros con pedacitos de la fruta muerta, se lame los dedos con gusto a ella, le chorrea por la barbilla un poco de jugo y sigue en ese baile de exprimir y lamer, absorber y destrozar.
Lo hace hace así otras tantas veces, hasta llenar el piso de pulpa y babearse la pechera de la remera gris. Huele todo a fruta, los dedos pegoteados, la lengua intentando llegar más y más abajo, hasta la pera, hasta el cuello, hasta el pecho y más abajo, más abajo, mil metros más abajo, hasta el jugo que se tragó la tierra.
Entonces de tanto estirar se le corta el frenillo y la lengua le cuelga inerte en la boca abierta. Ya no puede cerrarla, porque siempre va a morderse. Pero no importa, porque ya está cubierto de baba, y la lengua funciona aunque no se pueda mover mucho.
Sangrando por la boca pero con el mismo entusiasmo destructor, sigue adelante y exprime con furia más frutas, ahora directamente sobre su boca, tomándose el jugo, tragándolo como tragaría alguien con lengua mutilada.
Los pies, que aún funcionan, siguen destrozando la pulpa inerte que va cayendo, manchándose ya hasta la rodilla los pantalones.
Cuando las manos se entumecen y se quedan tiesas de tanto hacer fuerza, piensa en la forma de seguir y seguir hasta deshacerse.
Se tira al suelo, con la boca muerde las frutas, consigue algo más de jugo, pisándose la lengua muerta y sin poder acomodarse a causa de las manos tiesas.
La boca se rompe contra el suelo, los dientes se salen de lugar, las encías lloran sangre y se manchan de tierra. El individuo muerde hasta el fin de sus días y de su cuerpo, muerde sabiendo que con alma no se traga el jugo, que necesita ese cuerpo manchado, destrozado, casi por dejar de funcionar.
Antes de cesar por completo, con la boca deshecha y todo el cuerpo empapado en pulpa y jugo, mira hacia arriba. Ente el reflejo del sol radiante la ve, allí está, explicando sucesos.
Una mano gigante baja desde algún lado, lo levanta, lo exprime hasta sacar todo lo poco que queda y después lo tira al suelo, cuando no queda más que un pobre envoltorio reseco y triste.




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1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuanta rabia. Muy bueno!