Recuerdo un tiempo en que teníamos que sonreirnos el uno al otro, mandarnos estrellitas brillantes de una punta a la otra del mundo, despilfarrar pestañeos ridículos por ahí. No había otra forma de lidiar con la angustia de no ser. La única manera, el único método conocido, era creer ser lo que no se era, agarrarse de la punta de una comenta y volar sin tener ganas. Y el miedo de caerse.
Entonces nos esperábamos llegar aunque nadie llegaba, nos tocábamos a la puerta aunque nadie contestaba (y aunque no sabíamos de la existencia de las puertas), nos mandábamos cartas con tinta invisible que nadie leía.
En algún momento reconozco que fuimos felices. Es como cuando consumís algo sintético, que no es ni parecido al producto real, pero después de un tiempo te parece que hasta sabe igual. Con la felicidad pasa lo mismo: si pasás mucho tiempo rondando falsas emociones, después te olvidás de la parte de que son falsas. Y todo es real.
Así fue como amé tus tildes y amaste mi forma de decir algunas cosas. Así fue como te asombró que yo fuera distinta (eso creíste) y a mí me dejó perpleja que vieras lo que nadie ve. Así fue como el café se volvió menos feo, el tarro de azúcar se rompió y los pasamanos de los ómnibus dejaron de oler a dinero (y así fue, en realidad, como notamos que huelen igual).
Ahora, mil años después, realmente estoy empezando a dejar de odiar esas situaciones. A veces se vive con tanto apego a lo real y a lo auténtico que se deja de apreciar el valor de las mentiras. Las mentiras son gran cosa importante. Las mentiras son el molde sobre el que se construye una verdad. Si en una imagen ves un castillo reflejado en el agua, realmente, ¿cuál es la mentira? Seguramente no el reflejo, pues es el resultado de algo preexistente, el castillo material. Y es que muchas verdades sólo son descendientes de sus madres mentiras. Mamaron de sus tetas, salieron de sus vientres, jugaron entre sus brazos. Por eso yo intento mecerlas en mí, dejarlas acercarse y acariciarme el pelo. Les doy las gracias, porque ellas construyeron mi verdad.
Eso sí: La verdad de hoy no es absoluta. La que llega mañana es más grande, más extensa, más nueva. Ese es el verdadero fin de los días: cada mañana descontar una mentira, hacer que se desprenda como un pedazo de revoque suelto en una pared que florece limpia y verdadera.
Please,don'twearmakeuptoday - Viernesonce, sábadodoce.
12.12.09
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