18.2.09

Tengo que apurarme. Debería hacer ya todas las cosas pendientes, rellenar con enduído todas las depresiones en mi pared, antes de que el amanecer, y la luna llena yéndose entre los árboles, me transformen en hombre lobo atacándome a mí mismo.
Es tanta la certeza de caerse otra vez, que cada mañana mi mente hace sus mejores esfuerzos, elige las frases más persuasivas que conoce e intenta mantenerme en la cama. Me seduce la almohada, tibio consuelo del que se ha dormido más de una vez con la cara húmeda e hinchada. Me aprieta la sábana, con la seguridad de no dejarme ir, de agarrarme cuando vengan a buscarme desde la corte electoral para que elija un presidente, desde la facultad para que elija ser mejor y callarme la boca, desde el futuro para que elija tener un hijo y ser madre soltera.
En la cama está la milagrosa posibilidad de volver a dormirse. Y quizás, si para pasar el tiempo no tengo mejor excusa, soñar. Soñar un viaje, un vuelo, un charco de agua. Meter la mano en un tarro gigante lleno de lentejas. Zambullirse.
Cuando tenés la certeza, el frío helado de la verdad, de que no va a salirte bien, no tenés ganas de escuchar Tren a volumen 5. Tren, que sustituye a Discoid en la lista de cosas para las que no estoy preparada aún. Necesito días de lento amoldamiento a la nueva forma que tiene el mundo de avisarme que ya es hora de sumergirme en él.
Por eso, como para no tener tiempo de nada más, estoy apurándome a hacer todas las cosas que pueda ahora mismo. Estoy bajando dos discos a la vez, para ahorrar tiempo. Voy a escuchar un tercio de cada canción, y a llorar una lágrima en vez de tres cuando con su voz curtida y norteña diga que no encontraron nada.
En el fondo de aquel saco, donde iba la vida junto a su almuerzo, quizás me encuentren algún día. Hace tiempo que espero, deseando que se den cuenta de que quedarse callado es querer que hablen por uno. Que con palabras de talco y papel digan lo que no necesito siquiera pensar en articular. El tiempo pasa, la gente pasa, y nos va pareciendo que en verdad no es tan sorprendente aquella tal cosa extraña. Me asusta pensar que en algunos años no quedará espacio para la sorpresa, esa cosa tan importante que le da el puntapié inicial a algunos pequeños cambios necesarios.
Imagino a la novia llorando en un cuartito, pataleando en el piso porque no es simplemente como ella quiere. Lo imagino a él, cediendo una vez más, apretando mil teclas hasta encontrarla, prometiéndole en un susurro que va a ser como quieran sus deseos. Y después, cuando cuelga el teléfono y ella en otro lado se va a dormir tranquila, le da algunos besos a otros labios menos demandantes. Más acá, donde no me ven, empiezo a dejar de sorprenderme. Empiezo a creer que es natural. Empiezo a querer dormir, cada mañana, sin Tren y sin mundo.
Podríamos negociar: me quedo con Tren, pero llevate lejos al mundo.


No es casual, es causal - Lo que quería decirte hoy.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez alguien me dijo: ¿vendrá el algo a ofrecernos otra melancolía, otro mundo sin pausa pesado como el sueño?

Demoré dos séptimo en concluir que practicar la coherencia era insano y muy estúpido de mi parte. Desde entonces aconsejo perder la cordura y el sentido del tiempo, es creer en el sensato y diario hábito de la locura, mirar la aguja que marca las horas y creerse que es el segundero. Es lo más sano que se me ocurre recomendar para esta patología. Patología que con la que acarreo hace ya un buen tiempo.

Una vez vi
un tren blanco
busqué ventanas sin vidrios
y en cualquiera un tesoro
y ofrecimos lo que se junta en la vida
a un diablo que abre las bolsas diciendo
esto sí, esto no, esto sí, esto no.

Yo quiero ver un tren
llevame a ver un tren
no los recuerdo.
Yo quiero ver un tren.
Yo nunca me imaginé regresar a mi tiempo de niño,
nunca me expliqué por qué nunca vi. un tren
...pa tururu pa pa pa...tu turu ru...

Anónimo dijo...

¿En los trenes se puede cantar alto?
Tu ru tu, par pa, tu tu...