Como un perro que espera que le lancen la bola, o la rama, lo que más a gusto le entre en su boquita negra y salivada. Con los mismos ojos estaba mirando el horizonte preguntándose si iba a escuchar en los 90 minutos que restaban la palabra de tres letras. Esa palabra que a cualquier amateur le daría vergüenza, pero que a los ya experimentados los llena de bravura y de ternura de ésa que te hace entrecerrar los ojos. (Igualmente al horizonte nunca le gustaron sus letras ni lanzarle la bola o la rama, pero ahí estaba el perro sin moverse)
Pelaje marrón y lacio y una cara virgen, rogando por esas tres palabras. El horizonte con un mar verde que se rompe en el pasto. Las tres letras en el cielo sobrevolando las edificaciones que de película se dibujan y construyen en otro lado. Las tres letras suspirando, entremezclándose y formando nuevas palabras. Trenzándose en el aire y generando un nuevo porvenir.
Con esos mismos ojos de perro anhela escuchar tres letras para no tener que escapar como Nerón a morir a una tierra lejana. Por más de que sea hermoso el vagabundeo y la muerte como punto final, en éstos últimos segundos, el perro sigue esperando que le lancen esa bola de tres letras.
Con la noche, se da por vencido y se vuelve en el camino contrario de su cucha para morir en soledad bajo alguna estrella roja.
El perro.
18.2.09
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