Me abandonó en un canasto, entre el frío y el viento de una noche de verano. Me abandonó como la buena voz dejó a ese cantor del Abasto sin una digna cuerda vocal para cantar Nada. Quedé temblando entre los sueños y las pesadillas, con los pies marcados y callos en lo más hondo del alma. Sin felicitaciones -entre tangueros y dolores- ni sonrisas.
Sin admiradores, ni perplejos espectadores, la voz del tanguero y mi ser en forma de bebé están en la puerta de una propiedad horizontal esperando que alguien los levante y lea la misma nota que escribo a puño y teclado ésta misma mañana.
Rescatame.
16.11.08
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