26.7.08

Con la polera blanca de Andy Kaufman su cuerpo pica en la habitación con pasos torpes que hacen sonar la madera como tambores en Montevideo. Baja dos escalones y comienza una travesía fantástica, una exploración que ninguno de los presentes hizo. Otra percepción se ve desde sus ojos que ven poco, como los de Tommy. La magia de poder desdoblarse en plena realidad y adentrarse en una selva amazónica en medio de Marte para buscar un nuevo mejor horizonte. Esquivar y gambetear percheros y sillas de madera con la misma facilidad que un Polaco chueco baila en el Bajo Belgrano. Agacharse, saltar, esquivar, hacerse bolita y flaquito para pasar. Esas motricidades de película que nadie percibe porque están demasiado ocupados con su look, sus tarjetas, sus aspectos, sus novios y el 'qué dirán' de los vecinos. Los cuerpos son cuerpos y los humanos son humanos.
Con la polera blanca de Andy, con la locura de algunos pocos y con la sabiduría de poder estar ajeno a todo da 7 u 8 vueltas entre pleno festejo y la escena parece de Navidad. ¿Alguna vez viste las caras de los chicos? Están tan excitados. Yo creo en el amor, pero ¿cómo los hombres que nunca vieron la luz pueden ser tan iluminados? Él no sabe quien es Jesús y qué es rezar.
Mirame, tocame, curame. Reíte en pleno lío y escuchá solo lo que querés escuchar. Go to the mirror boy.

El Tomás porteño.

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