29.6.08

Un almohadón lleno de nostalgia es el que sostiene mi cabeza todas las noches que duermo sobre el colchón. Sucio y húmedo, el colchón esconde cada uno de mis secretos. Cada orín, cada polvo y cada partícula de dudas nocturnas. Dudas nocturnas de ésas que se le escapan a uno cuando habla solo de noche mientras duerme, charlas de ensueños que confunden nombres con timbres que suenan a guitarras de dos mástiles con una afinación partícular y que quieren tocar punk rock a todo volumen cuando desde el living despunta un riff Luis Alberto Spinetta. Sueños con bicicletas de dos asientos que te llevan a comer el mejor morcipán de la ciudad, en una humareda que entrevera niebla con olor a vaca asándose. Sueños con bicicletas voladoras, sueños que quieren hacer que lo cotidiano vuele al más allá con alas de ángeles imaginarios. Sueños como musas que inspiran a estos hombres tristes a buscar el más allá del horizonte, a saber que existen 3 o 4 horizontes intercambiables cada día y que las formas de las nubes esconden dragones que vomitan, relojes que se apuran y patas de mueble de bronce que caminan sin cesar.
El almohadón es como una alfombra voladora en la cual uno no puede ir sentado en posición de flor de loto, sino que tiene que hacer el esfuerzo de ir colgado como en el omnibús todas las mañanas. Equilibro sobre el piso de goma, que se balancea por sobre el asfalto y el empedrado de la ciudad. Todo va bien y los sueños pueden ser de colores, hasta que pasa siempre la almohada -como el recorrido del 39 o el 42- por ése Cementerio que me hace acordar a vos inevitablemente. Tus cenizas de familiar esparcidas por el olvido, una cruz oxidada de tanto respirar que hubo en la vida, un trauma de niño flotando sobre el empedrado del cementerio, un guardia nocturno que ve prostitutas danzando los bailes de la oralidad entre tumba y tumba, tus graves errores de compartir lo que no se comparte con cualquiera en el techo de una estación.
Mamita, me duele el corazón cada vez que paso por el Cementerio. Me duelen los recuerdos y me dolería más olvidarlos. Y cuando no hay escapatoria, ¿uno a donde marcha?

Pena de muerto.