20.6.08

Atentos. Ya saben que somos cincuenta y tantos. No solo eso, ya saben que de los cincuenta y tantos asistimos treinta y pico. Entonces borraron a los restantes, atentos, borraron a los restantes.
Atentos: Todo tiene un nombre. La mesa y su historia, las características con que ingresa y egresa la gente, como cajitas de cartón, con las cosas que ya saben cómo depositar. Tiene nombre el que es bueno y es buena voluntad, tiene nombre el que es malo y es resistencia. Resistencia: así le llamamos, dijeron, a cuando las personas se niegan a aceptar las leyes. Ay, perdón, es verdad que no les decimos leyes. Ahora les decimos normas.
Atento: hay peligro de mala interpretación a la vista. Resulta que cierta señora tenía ante sí un fragmento de El Principito en que hablan y discuten conceptos con un zorro muy sabio. La cabeza de esta señora entonces da una vueltas raras, como que se le quiebra el cuello, y de repente esta señora parece creer que domesticar es acatar. ¡Atento, señora! Se le vuela la bufanda de gritos entre pupitres y descolocadas caras de risa y enojo. ¿Adiestrar, dijo? En lo peculiar y lo más gigante, domesticar es singularizar el alma. Ver un mar de cien mil almas y encontrar la de uno mismo. Qué vulgar, tan vulgar.
Entonces como venganza de mediodía tardío con lluvia, le metimos un perchero al aula. ¿¡Un perchero!? Se preguntó la pobre. Uno, de dos metros, viejo y con una pata rota. ¿Ésta anda para todos lados con eso? Se pregunta. Pero mire, sirve para colgar los paraguas.
Con el alma singularizada y llena de buenos lazos, o sea domesticada (éste domesticar, hermoso y limpio, no aquel), la estrategia era sacar al perchero, que se llamaba Fortunato, por la ventana del primer piso (desde el tercero no, pensamos, se va a romper más). Porque, claro, en la puerta también están ellos (los que borran a la gente que creen que no viene e interpretan obras de arte como si fuera su profesión de vulgarizar lo inabarcable).
Es bastante complicado y Fortunato parece no tener buenas posibilidades ahí dentro. Pensamos que por la puerta no se puede, y por la ventana del primer piso habría que salir a mojarse. Decidimos mojarnos.
En la vereda la batalla con los paraguas desacatados es complicada. Nos parece que quizás no lo logramos. Entonces recuerdo otro concepto errado, el de la resistencia, y pienso que en un acto podríamos, quizás, darle el sentido correcto a la idea. Resistencia.
Pasó un minuto, un poco más, creemos que alguna vieja voló aferrada a algún paraguas, pero logramos sacar de incógnito el perchero, mojado pero sano y salvo. Y correctamente domesticado, también.
Fortunato ahora aguarda en un salón donde se dan talleres diversos. Le prometieron barniz, arreglo de la pata rota y una buena función para toda la vida.

1 comentario:

Luisalberto Hongo dijo...

La fea y horrible frase cantada que dice que "La realidad supera la ficción" a veces se queda -aparte de fea y horrible- corta.