12.5.08

Tiene ojos claros bajo su frente porque el cielo siempre es más amplio donde no hay tantas edificaciones y humo como en la capital. La textura -lo primitivo- de la ropa de trabajo hace que su piel se vea curtida por los años y las tempestades, por la chapa y el concreto que sobre su piel se fueron posando en forma de polvillo, en temporal forma de suciedad llamada experiencia en el mundo moderno. Ya está pelado.
A pesar de la experiencia, de ese peine del que alguna vez habló un boxeador, es un obseso. Y no es un gordo con una letra de más, nada de eso. Es simplemente el grotesco personaje que habita un pequeño pueblo cercano al oeste de la costa, pasando Colonia. Fantasmal realidad que hace latir su corazón, fantasmal obsesión para llegar a tener un mundo mejor, su mundo mejor. Para todo lo demás, existe la falsedad.
Todas las noches -no es que sea sonambulo, sino que lo hace en plena conciencia- se levanta de su cama y arrastrado casi en cuatro patas como si fuera un perro abandonado de la estación por la cual el tren dejó de pasar hace años de apellidos capicúas se va hasta alguna parte de su campo donde desea que nazca su riqueza, donde desea que broten los dólares que mañana le den de comer. Fertilizante de su ambición es hoy su excremento que marrón se va posando sobre la tierra entre ladridos de perros nocturnos. El abono humano es el mejor, le dijeron en el '50 y nunca olvidó ese consejo. Todas las noches se levanta y caga en su campo para que el trigo salga mas dulce y que mañana podamos comerlo en forma de pan en nuestras mesas de la civilizada ciudad.

Trigo.

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