21.3.08

Una persona y una máquina que le proporciona presión a la cabeza.
Está sola, acorralada, con las planchas de metal a cada lado de la cabeza, sobre los hombros. La máquina le aprieta un poco más cada vez que se olvida de hacer algo por sí misma, de caminar más adelante, de seguir con el curso de su vida.
Ahora presiona fuerte. Un dolor aparece en la sien. Una puntada en la frente. Una sensación de estallido. Y la persona avanza. Da un paso. Va a estudiar. Toma la medicación. No se enamora incorrectamente. Piensa en los demás. Es buena persona. Ayuda en casa. Va a trabajar. Sonríe a los chistes.
La máquina afloja entonces. Los tiempos no corren de forma tan apresurada y temerosa, los días transcurren y sin embargo no ha olvidado el dolor, el miedo, la presión de la máquina que aunque inactiva está ahí.
Las semanas cicatrizan las marcas que le han dejado las planchas de metal, el dolor se vuelve lejano y desconocido. Comienza a tomarse más tiempo para todo, a olvidar las obligaciones, a tentarse fácilmente, a caer cual primera mujer con la manzana del diablo.
Y la máquina, que tiene censores en todos lados y duerme poco, se entera del abandono. Otra vez apretar y no dejar pensar en nada más que lo que hay que hacer para estar bien con uno y con el mundo. Aprieta, oprime, lastima. Y la persona anda, camina, se cuida, se quiere, respeta, cumple inequívocamente con cada cláusula del reglamento, amén.
Hay quien piensa que es un ser que marcha a rigor puro. Como un autito de juguete al que empujan por la bajada y anda un poco, hasta que la marcha y la fuerza de rozamiento lo detienen y ahí se queda, estático, parado, abajo del sol o de la lluvia.
La máquina no va a parar nunca de oprimir su cabeza, buscando el comportamiento deseado, el resultado esperado, la meta, el ideal. ¿Y porqué, porqué tiene que ser tan testaruda esta persona de no querer andar por amor propio en vez que por insistencia ajena?


A marcha presión - mañanalunes

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