Y lo que pasa es que hay momentos, que son festejos para un pueblo amplio y dispuesto, que te requieren acá. Es como que tenemos que estar todos para que pueda ser cierto.
Con el tiempo te vas a dar cuenta que no hay vuelta atrás. Hace un siglo que una promesa tiene vida, que se cumple, que se renueva. Entonces, si jugás una vez y probás el sabor dulce de tanta canción, estás firmano un pacto. Pasa el tiempo y empezás a formar parte, a entender, a latir al ritmo. Pasa el tiempo y te empieza a identificar que te sacudan el esqueleto con una tercia bien metida. Pasa el tiempo y empezás a reconocer qué tanto terciopelo usó un dios medio raro para regalarle esa voz a ese tipo.
Lo mejor de ser espectador es poder formar parte. Pero no solo del aplauso y la canción, sino que te des cuenta que cierto porcentaje de tu adn está invadido.
Así que no me extraña si me hacés acordar a una esquina. A una nostalgia. A un sufrimiento de ciudad. A un calambre de espera. A una esperanza de cambiarlo todo y de todo llenar el arte. No me extraña que seas pueblo y seas único. No me extraña la sátira y la vueltita en la calle imitando a tremendo personaje y arlequín.
Todo se reduce a estarnos esperando para siempre. A que vuelva a llenar mi hueco en la rampa, a que vuelvas a aparecer desde la entrada en un lugar que odiamos pero qué lindo que es en esos momentos. Se trata siempre de recibimientos y de despedidas que no son más que la promesa de volver.
Hasta el año dos, hasta el año tres, hasta el año diez, hasta el año cienmil.
Ahorasíestoyhablandodevos.
27.2.08
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