La lluvia huele a que nada le importan los rastros. Que puede barrerlo todo, acercar a la nariz aire fresco y recordatorios. Como una alarma, como un cuento de Cortázar sobre una alfombra de lana de colores.
Gota a gota, una imagen tras otra. Los libros dentro de un mueble largo y celeste, un piso rojo, un nombre escrito en la pared, en relieve, como con palito sobre cemento fresco.
Montevideo imprime huellas que nadie más quita. Y si llueve, peor. En otro lugar del mundo quizás no se sienta tanto desasosiego, ni se entienda tanto cómo es que somos tan ínfimos e insignificantes debajo del diluvio universal.
La lluvia huele siempre a que todo festeja y todo llora al mismo tiempo. Siempre será el ruido sobre las chapas, las gotas en el parral, un patio gris mojado, una alcantarilla, hojas de plátanos pegadas a la vereda y un anciano que mira desde la ventana porque otra cosa no le queda.
Y siempre habrá una falta, un agujero tan grande como este hueco negro donde se escapa el viento, para tener razones para llorar, quizás de fondo un tango, quizás solo el ruido suave, para ni siquiera atreverse a anhelar pasados, porque el tiempo siempre es el mismo y nada avanza donde siempre llovió igual.
Ya hay un borracho acodado a la barra, un niño durmiendo lento y, 20 kilómetros más allá, alguien que se miró el pecho y encontró un hueco vacío.
Mediastino: "Compartimento anatómico extrapleural situado en el centro del tórax, entre los pulmones derecho e izquierdo, por detrás del esternón y las uniones condrocostales y por delante de las vértebras y de la vertiente más posterior de las costillas óseas. Está limitado por el músculo diafragma por debajo y por el istmo cervicotorácico por arriba. En su interior se aloja el corazón..."
24.11.07
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