13.10.07

Supongamos que estamos a esa hora que todavía es de día en un cuarto plenamente blanco donde participamos obligadamente de un programa televisivo de entretenimientos donde uno gana premios y todalabola. Uno se encuentra plenamente bien vestido y con una correcta postura esperando el próximo juego que definirá los galardones exquisitos más importantes que jamás pueda tener un ser de nuestra calaña. -El juego -insiste el conductor del programa nuevamente, ya que se vio obligado a la repetición de la frase porque estábamos pensando justamente en suponer que estabamos a esa hora en la que hay un programa televisivo de entretenimientos y todalabola- consiste en la clásica elección de las tres puertas- aclara señalando. A su derecha, o a su izquierda, dependiendo de qué lado de nuestro espejo estés, vas a ver tres puertas en hilera, una de cada color primario: las tonalidades que forman el resto de los colores en la paleta de un niño, o simplemente los tonos del vestuario de Piñón Fijo. Los colores de un semáforo sin esperanza.
Entonces debemos elegir una de las tres puertas que están delante nuestro. Miramos y tanteamos. El cuarto blanco no advierte que afuera todavía no es de día, que ya anocheció. Una voz en off mientras tanto asquea tratando de aconsejarnos como jugadores inexpertos que somos. Se nos incita a elegir bien, ya que detrás de cada puerta se encuentra un camino distinto. Detrás de una, dicen que hay un camino largo y angosto. Detrás de otra se esconde un camino corto y ancho. Detrás de la última el precipicio más profundo. Como inexpertos, deberíamos dejarnos llevar por el miedo y elegir lo menos doloroso. Pero como la experiencia no se improvisa, el instinto no se comercia por pánico. Entonces, sin paracaídas, pateamos la puerta y saltamos al vacío. El mejor premio que nos pueden dar. Y si nadie entiende a donde estamos cayendo, es porque somos unos adelantados en la materia del paracaidismo. Nos falta volar para entender como es caer, a algunos más, a otros menos. Dejarse ser, y caer como se deba es la máxima ilusión.

El gran premio - Post-día de la raza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Será que uno aprende a caer? Supongo que no. Pero capaz que con el tiempo uno aprende a poner las manos y no la cara.
Muy lindo!