Volví después del amor. No entendí bien hacia dónde íbamos ni porqué era más fácil jugar a jugar en vez de jugar a ser. Ni tampoco me cerró aquella cosa de no saber si me gusta o me desagrada, si prefiero estar o ir a dormir. ¿Y entonces?
Pero, no sé, escribí cosas que quise decir, me expliqué brevemente y vi los libros de filosofía oscurecerse cuando se fue la luz y se dilataron las pupilas. ¿Estás ahí? Te pregunté. Sólo sentía una espalda llena de apófisis espinosas. Me pinchaban más allá de los brazos, mucho más allá del pecho. Me pincharon el ego y la sensación de libertad que escondí y cultivé como mi planta más preciada.
Lo que quiero saber es si tenían razón los que decían que amor y pensamiento no van tan bien como uno cree. Porque sucede que pensé hasta ver partes de mi cerebro criar rueditas mecánicas de hilvanar cosas. Pensé en el dedo índice, en las palmas de las manos, en el sentido de la caricia, en lo transversal y lo longitudinal, en la postura incómodas y en la media azul a rayas blancas.
Mi función es simplemente aliviarte. Sacar tu dolor, quizás masticarlo, jamás deglutirlo, sacarnos airosos de la lucha y revolver los párpados en busca del recuerdo visual. No diré identidad pues me cuesta creer en quienes somos. Y ahora que tocarnos es tan sencillo, ahora que el diálogo es como luz, fácil y simple, comprendo que no sé mucho de tu individualidad.
Entonces tengo miedo de dar en el botón que no es, que caiga un telón misterioso y asustar a mi pequeña capacidad de relacionamiento. Por eso, y porque el pensamiento me desborda y no sé a donde ir, mi función es simplemente aliviarte. Sacar tu dolor. Masticarlo. Jamás quedarme.
¿No ves que no son alacranes?
13.6.10
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