¿Y si un día de golpe al volver me diera cuenta que cambiaste la contraseña de la puerta? ¿Si me diera cuenta en plena agonía, en plena caída, que cambio cada letra de tu cerradura y que mi llave no funciona más? Hay cerrajerías que funcionan 24 horas, pero a veces el auxilio se ve lejano. El campo no guarda grandes urbes y las cerrajerías no guardan soluciones. Y en una escena llena de picaportes es obvio que no hay ni herreros ni cuchillos de palo, ni silencios ni soluciones a esta puerta que no se abre. Esa horrenda sensación sin continuidad, pero con toda infinidad. Ese moebius de penas que se ve nublado como mi ciudad ésta tarde. El sol que no se pone y la luna que no sale, los vientos que soplan fríos y la llegada de un otoño que nos confunde el porvenir.
Mis dedos tocan en un teclado palabras que en código morse emanan amor que jamás llega a tu oído. Mis códigos en braile no llegan a tus ojos y tu mirada nunca se posó en ésta mariposa que en mi pecho revolotea. Ya no se si me escribo a mí, o a cual de las voces le estoy dedicando éste mensaje. Hoy me siento más cerca de la luna, más cerca de San Juan, más arraigado al sur y bailando por doquier. Mis silbidos me llevan a volar y mi poca paz me hace pensar que en economía uno siempre quiebra para volver a quebrar. El sonido de monedas que caen hasta la alcantarilla y en medio de todo el caos mental y la verborrágica mala confesión se ve una violeta que crece entre el hormigón -como en esa vieja canción que escuchamos alguna vez juntos-.
De olvidos y desesperanzas.
11.5.09
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