Lo que pasa es que la introspección cuesta mil horas de entendimiento. Darse vuelta para adentro es mirar el mundo que maquina cerrado por la piel, ver como aurícula y ventrículo se contraen simultáneamente para seguir adelante otro día, otro minuto, otra hora.
Hay, en este escenario sin público, alguien parado en el medio. Es horrible, nunca vimos nada igual. Es una persona dada vuelta. Pero no el "dada vuelta" que usted imaginaría. Tiene los pies en el piso.
Dada vuelta, de afuera para adentro. La piel compone su interior y afuera todos los órganos se exhiben, sin excepción. No se mueve, porque no sabe a donde ir con tanta verdad. Está esperando a ver quien paga la entrada a verlo. Y simultáneamente sabe que nadie llegará, porque a nadie le avisó que ese día iba a estar ahí dado vuelta.
Pero aguanta paradito, llorando lágrimas que se le caen hacia el interior, admitiendo que solo con el lado correcto podrá mostrarse. Que de asco y repugnancia se alejarían los demás, que de sorpresa los amigos nos sabrían dónde meterse.
Así, todos los días encara la avenida con la piel limpia y los ojos abiertos, con el corazón guardado en el mediastino y las manos blancas. Todos los días parecen ser el último, y todos los días son el penúltimo.
Algoasípasa - 040208
5.2.08
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