11.12.07

Siempre le pasaron cosas raras, rarísimas. Una vez recuerdo que la vi de reojo mientras leía un buen libro de esos de historia revisitada. Estaba en otro planeta, inmersa en ese libro, succionaba las letras con las pupilas y su respiro era lúcido como el neón de la luz con la que chocaba aquella mosca en ese subte. El caso es que tan inmersa que algo de afuera le fue enviado para despertarla. Como que esa colgadura era un designio básico para que algo le pasara y lo imprevisto le explotara en medio de la sien. De repente un lindo tipo con un aro de pluma y un olor a topo se le acercó y en su oído le empezó a susurrar la más maravillosa música que da el asombro de encontrarse con algo que uno no esperaba. En pleno transporte de rutinas, se le asomó la lamparita y se le prendió el calefactor a un muchacho que colorado de piel se le acercó a confesarle un sueño que íntimo se perdió en la memoria de esta señorita que leia. Porque podía leer mucho en el subte, pero si algo tenía de raro era su memoria, que podía recordar colores y ropas en determinadas fechas exactas, pero no podía recordar palabras exactas ni frases como para recordar.
Después el otro día me acordé de otro gran capítulo. Cuando iba por una cuadra donde hay un banco, en la avenida central de mi ciudad. El piso de goma estaba medio caliente porque se sentían más de cuarenta grados en la ciudad. Los pies parecían quedar pegados al asfalto. El asfalto. Fue eso lo que me llamó la atención. Su ojota se le pegó al asfalto, que parecía tener manos que no la querían soltar. Sus suelas tan acostumbradas al pasto y la arena, y no hablo de las ojotas, sino de la planta de sus pies naturales. El asfalto no la quería soltar y en plena lucha, a la cual no le dio mucha atención en verdad porque estaba haciendo cálculos mentales de fechas de viajes desde México a Gran Bretaña y de cómo sería París en invierno, apareció una persona con ojos fogosos y lengua desviracharada que le dijo como a una amiga de toda la vida que claro que se podía, que quieren hacernos creer que nada pasa dentro nuestro pero que todo es posible y que ya estamos haciendolo. Perpleja pensó que París en invierno es fresco y que debe ser posible ir para allá, tanto como amar y tanto como volar sin que el asfalto te agarre la chancleta.
Pasé varios meses sin verla y buscandola por rincones, pasajes de la ciudad y pequeños balcones que se asoman en edificios grises de mi ciudad, que se parecen a la suya. No aparecía en ningún lado. Lo más profundo de mi inconciencia me hizo creer que el invierno la había matado, ya que nunca la había visto sin chancletas y eso la hacía un ser de verano que en el invierno se iba a hibernar o a morir a otra parte, a otro cielo. Pero la sorpresa fue aun mayor, la vi saliendo de una casa gris, de esas que suponía que le gustaban como a mí, abriendo la puerta negra. Abrió la puerta y una persona con pantalones dorados y sueltos se dió vuelta para verla al escuchar el ruido. Y ella se dio cuenta que la veian, fue entonces cuando se dio cuenta de la actitud de la otra persona, de su verdadera acción. Era evidente lo que pasaba en el momento. Le gritó "Me sacaste una foto con tu nariz, devolvemelá!" y entonces empezó a correr a la bicicletista que huía y antes de llegar a la ochava empezó a pedalear sobre el suelo, a flotar sobre el piso. La persecución fue infinita y la alcancé a ver hasta que se convirtió en un diminuto punto que no brillaba, sino que era opaco y se iba alejando. Una suerte de esperanza nostálgica me invadió como en el segundo mes de mis años de la infancia, como en las fiestas familiares donde las voces se apoderaban de la mesa y coreaban juntas. Me acordé del olor a pasto mojado, al miedo a las tormentas y del hielo derritiendose en los vasos de casa. De la botella verde que con marcador anunciaba que tenía agua y de aquel perro mugriento que en el cementerio nos persiguió. Rara esperanza. Rara persona. Rara situación. Raras cosas raras cosas.

Epa eh!

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