4.11.07

Lo, quizás, aunque la verdad que no sé porqué debería serlo, desconcertante, es saber que el sentimiento y la situación se desarrollan siempre y seguirán dándose de noche y siempre en el mismo lugar lleno de locos inauditos.
Terrible, porque entonces cada vez que la cuenta arranque desde cero luego del beso comprometido en la esquina y el caminar se vuelva de mano en bolsillos, siempre se sabrá qué pasa. Pero siempre. Y ese repetirse inevitablemente, como es inevitable que nos pasen mil ciento veinte ómnibus hacia un destino equívoco, ese repetirse nocturno y por demás sabido, comienza a asustar un poco. Y en verdad no, ¿cómo va a asustar lo que no es nada más que conocido?
Lo primero es siempre saber que hay dos caras importantes mirando cual maniquíes en vidrieras prendidas con luz amarillenta. Dos hombres parados o sentados, simplemente mirando para afuera, a quienes no hay que saludar porque no tienen el placer de cruzarnos sino que solo quieren saber qué y quién pasa a esa hora por esa calle.
Hay un túnel que es una gran boca de cemento que se traga conductores casi-ebrios o ebrios, o simplemente conductores, y cada tanto eructa un vaho con olor a neumático quemado, humo y metal. La gente que anda por la vuelta lo huele y frunce la nariz en clara señal de asco, pero se acercan despacio a la baranda para oler más y más de cerca y llenarse los pulmones del vaho eructado desde las entrañas subterráneas, y sentir el ruido de la deglución del conductor y su cápsula motorizada.
Ah... ahora sí, piensa uno, ahora sí estoy suficientemente cargado de vaho espeso y puedo odiar en paz este lugar pero a la vez querer abrazar las columnas plagadas de afiches, como si fuera esa pierna, ese muslo, ese sabor que espera que sea infinitamente imprudente.
Ese uno, aspirando un poco más, ya se entregó a la lujuria ciudadana de dormir con el enemigo y querer hacerle el amor siempre que pueda. Por eso absorbe. Su diafragma baja y baja hasta que la diferencia de presión llena de vaho sus pulmones. Nada mejor que contaminarse del todo para terminar de aceptarlo.
Después, solo quedan algunas cuadras más con otras imágenes menos crueles, algunos faroles y, al final, el banco de metal que siempre llega; de fondo una enredadera silenciosa que, se sabe, guarda tantas memorias de gente varada en la espera que está por secarse y, quizás, el destino correcto llegue después de mil otros que no son, no sirven o no existen.



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2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se como llegue aca pero que lindo!!

Grandes abrazos, quien sea usted.

Luisalberto Hongo dijo...

Yo soy tu otro vos.