Intérvalos. Sístole, diástole, sístole, diástole.
Largar el impulso de todo un chorrete de palabras que no vienen de ningún otro lado más que del inconsciente, donde los conocimientos, y las frases justas, y la sabiduría perduran y están (y es tan simple!) y se expulsan y no hay problemas de expresión que sirva.
Resultado de una larga y constrictiva sístole. Todo contraído. La mente, el cuerpo y el alma. Días de encerrarse a tragar páginas y cerrar los ojos. A veces suena a telepatía.
Y sin embargo después de esas décimas de segundo de extrema presión, que pueden ser siglos, la puerta de madera, el ruido del pestillo, la palabra de aprobación y luz. Y ya no recuerdo que tanto dolían los retorcijones en el estómago, la piedra en la cabeza, la esponja que se absorbía la humedad en los ojos y esa máquina estúpida que lo empujaba todo para adentro.
Afuera el pasillo blanco, caer de espaldas y esperar en paz algo que llegará y es inminente.
Esos estados de distensión, ese aire que una vez más vuelve a fluir, ese cerebro que se oxigena. Como si le subieran el volumen de pronto al mundo, y una vez más las risas y las voces y los murmullos y los gritos y los pájaros aparecieran en los oídos.
Diástole. Diástole.
Ahora el sueño es profundo y sin embargo despierto y abierto al mundo. La calle era una repetición de focos amarillentos en medio de un ambiente llenísimo de aire fresco y puro. Homeostasis, equilibrio en mí como si todo fuera tan perfecto como se abre y se desarma y se rige y se organiza, y todo fluye, llega, nutre, revitaliza, invade de oxígeno, vacía de humo. Ahora el sueño es profundo pero es hacia afuera. Tiene la cara mojada. Le brillan los ojos. Huele a agua. Se siente como aire. Y es transparente. Ahora el sueño es distensión, diástole.
Quedan pocos segundos de relajación. Adelante, donde la sangre aguarda una vez más a ser propulsada, espera la contracción, el bloqueo fuerte, los retorcijones, la presión, los apuros. Adelante la sístole. El ciclo una vez más. Comprimir y descomprimir sesenta veces por minuto la existencia. Solo resta aguardar. El aire se hará humo entonces, volverán a taparse los oídos, y despertarán deseos, una vez más, de abandonar la presión definitivamente y volverse fluido que corre y nunca para, no tiene trabas.
Creo que morí, creo que viví - Viernes, del Río Ebro a Viña del Mar en 4 horas.
26.10.07
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