27.10.07

Hace 5 años conocí a alguien que aún sin entender de verdad la tristeza lloraba frente al espejo sin verse, se sentaba en una silla contra una pared y nadie movía su existencia de allí, casi viendo pasar las gentes y los días, como si no pudieran hacer nada más que sucederse.
Nunca entendí qué fue lo que le pasó. Si estaba así tan sola porque quería, o porque alguna circunstancia la había dejado medio abandonada.
Era muy chica, de verdad no entiendo porqué no jugaba más de lo que lloraba frente al espejo, aunque creo que nunca lo hizo para verse, ni por verse, sino porque verse llorar alimentaba el círculo vicioso de la tristeza y el llanto, el no saciar, el querer sacar lo que realmente aún (creo) no sabe qué era.
Hacía calor, y a veces escribía frases en código en una agenda. No entendía nada.
Un día pintó un cuadro que se quemó otro día, mucho más tarde, quizás 5 años después, cuando recordando aquellos días de soledad autoimpuesta, pensó que la verdad que nunca iba a entender qué le pasaba, ni porqué ahora escribe sobre ello.

De repente quedan esas imágenes retratadas en el fondo de la mente. La pared, la abertura, los ventanales, la silla, la playa vacía, el baño, una cara, 13 años, páginas marrones, cosas que no tienen explicación por más que se busque y se rebusque mil veces, por más que encuentre la pista, abra la puerta y atrás esté la solución, como pintada en acuarela en cuadro quemado.



El sector conciente se pregunta: ¿Eh?

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