17.10.07

El orador, persona que se denomina a cargo de los presentes, educación por medio, habla sin dejar escapar un solo silencio, un espacio, un pará un poquito que quiero pensar lo que voy a decir para que me entiendas y no desperdiciar tu tiempo y mi tiempo en un acto más de no-aprendizaje. El orador, persona que debería hacer que mi estadía en la cápsula de madera y ladrillos blancos con mensajes de otro mundo fuese fructífera o al menos justificada, está ahí, moviendo lo brazos, haciendo un ruido dos por tres que suena como a un cepillo lijando una madera, intentando pulirla a y doblando todas sus cerdas antes de lograr sacar siquiera una sola mancha, antes de desgastar una sola saliente.
El momento en que nosotros, público a cargo, dejamos de escuchar, es el momento en que se va transformando todo, como si se derritiera. Las manos de la persona parada al frente se mueven sin sentido, sosteniendo algo blanco que dibuja líneas sobre fondo negro, y de su boca, aparte de chorrear una sustancia que huele mal, empiezan a brotar letras hechas de humo. Una be, una ele, una a, un enorme bla que le sale de la boca cual exorcismo espiritual y se queda ahí, flotando interminable. Atrás otro igual sale vomitado y va a darse contra el anterior, y los siguientes blas forman una cadena, una montonera, un lío de bla bla bla que ocupa todo el aire, lo consume, lo absorbe y se hinchan, se agrandan hasta que aprietan los cuerpos contra los prismas de madera mientras algún que otro ruido insoportable de cepillo intenta crear un poco más de orden en las cabezas que ya se adelantaron a la del orador.
En ese inexistente mundo creado por el estruendo de un discurso mucho más inservible que el silencio, cuando sería más sensato callarse para que las bocas no chorrearan tanta cosa con olor a manoseo, tanto olor a manejate, porque vos de mí vas a aprender justamente esto: el arte de crear impunidad en las pequeñas cosas cotidianas, el arte de después agruparlas todas como bloquecitos para construir casas de mentira y así formar pilares donde sentar las bases de otro sistema fallado más.



Ya no sabe a pecado - Desde un día en que la ciudad olía a flor. Y a aire.

No hay comentarios: